Cambio de envase

Autor: Adolfo Carreto

          

Dicen que un día el arzobispo de París le preguntó al Dalai Lama: ¿Por qué nos robáis tantas almas?. No sé que le contestó el líder espiritual budista tibetano, donde lo leí no lo dice, pero sí me sorprende la pregunta: ¿qué es eso, señor arzobispo, de robar almas?. ¿Es que los cristianos no podemos dejar de pensar que el resto de las religiones son hampones que apuestan contra nuestra fe?. ¿A quién se le ocurre tamaño disparate?.  

No obstante, me encanta, señor arzobispo, su preocupación: usted está perdiendo feligreses, nuestra Iglesia está perdiendo feligreses; y por algo será. Algo no está funcionando, o no como debiera. Algo no encaja en el sentimiento de esos millones de bautizados por nuestra cultura cristiana que optan por otra alternativa. Es posible que sea la decepción, también es posible que sea la moda, que todo cunde, pero de que les placen más una palabras de sus lamas que unas de nuestros clérigos, ahí está el resultado. ¡A investigar, monseñor!. ¡A meditar!. ¡A que el Espíritu Santo nos ilumine!.  

Hubo un tiempo en el que la religión en general, no esta ni aquella, perdió fuerza. La moderna expansión económica, el comprobar que teníamos más, que aparentemente vivíamos mejor, que viajábamos con soltura, sin ton ni son, que las vacaciones nos proporcionaban respiros, que las guerras mundiales habían finalizado y que la guerra fría era más estrategia política que amenaza real, y también el darle la mano a la luna, y tantas cosas más, pusieron de moda el agnosticismo, es decir, el creer que cada cual con su entorno era capaz de construir el paraíso perdido. ¿Para qué, entonces, Dios?.  

Ocurrió, no obstante, que todo lo anteriormente dicho, es decir, el afán, creó una nueva enfermedad: el stress, que quiere decir el agotamiento, el no doy para más, el no aguantar el ritmo. La necesidad del descanso, de la pausa. Y no sólo de la pausa física, que también, sobre todo de la pausa mental. Se nos había cansado la cabeza.  

Y comenzamos a buscar el antídoto: meditación, retiro, interioridad, devolverle ideas a la mente, ser más aunque tengamos menos, todas esas cosas. Y no pudimos convencer a los nuestros de que el medicamento había sido recetado desde cuándo por un tal Jesús de Nazaret.  

Algunos pensaron, es verdad, que la medicina estaba vencida, pero no era la medicina sino el empaque. Y llegaron el Dalai Lama y otros, y expusieron su remedio. Y ya. Así que, señor arzobispo, nada nos robaron. Fuimos nosotros quienes no supimos cambiar el envase a tiempo.