Rubens: las tres cruces

Autor: Adolfo Carreto              

               

     Rubens ha pintado el momento supremo del Calvario bajo la estampa plástica de tres cruces derrotadas y solitarias. En el centro, Jesús. Acompañándolo, ambos ladrones, el arrepentido y el que todavía maldice su condición. Sólo Jesús parece estar definitivamente muerto, con una muerte resignada, esa muerte que debía acontecer una vez cumplida la promesa. La cabeza hundida, el cuerpo resignadamente caído, los huesos resquebrajándose, los brazos sujetando todavía, y hasta que aguanten, esa humanidad que se desploma.

     Los ladrones todavía hacen gala de su condición de ajusticiados. Uno con esperanza de redención, aguardando a que, antes de que cante el gallo, vea cumplida la promesa que le hizo Jesús. El otro, luchando aún con su infortunio, con su desesperación, con su condena definitiva y eterna.

     Tres ajusticiados terriblemente solos en ese descampado sin decoración, donde reina la soledad, donde las tinieblas anuncian su llegada, donde los humanos, aún los más cercanos a los ajusticiados, han optado por desaparecer de la escena. No hay muestras de que alguien, caritativamente, se acerque para darles sepultura. Todo se ha cumplido y no parece haber indicios para que mañana sea un día distinto. Simplemente se ha cumplido una orden, el ajusticiamiento se ha dado, y el escarmiento para los facinerosos está a la vista.

     La soledad es el reino de la muerte. Y el abandono. Para Rubens, en esta estampa, el Viernes Santo es un día definitivo, casi último, sin continuidad: es el día de la soledad total, de la muerte sin alternativa.

     Al fondo todo es una nebulosa negruzca de desolación; al lado, al pie de las cruces, todo es trabajo cumplido. Habrá que esperar a que el milagro se realice para ver si el buen ladrón ve la promesa cumplida. Habrá que aguardar a que la noche se haga del todo para que alguien aparezca y remedie esos cuerpos que tal y como están carecen de remedio. Habrá que aguardar a que la negrura del cielo abra una rendija de luz para que donde ahora hay desolación pueda respirarse la esperanza. Habrá que esperar.

     Porque Rubens ha estampado esta crucifixión justamente en el punto muerto. Sólo hay algo, ese pergamino sobre la cabeza de Jesús, que dice lo definitivo, y posiblemente en esa inscripción se pueda descifrar el misterio de tanto abandono.