Rezar a los santos para ser "macho"

Autor: Adolfo Carreto    

    

     En una telenovela uno de los personajes acude a la curandera para que le libre de un mal muy concreto, el de la impotencia viril. La curandera, muy de acuerdo con la idiosincrasia folclórica de estas tierras, “fuma el tabaco” y reza a los santos. Allí están en el dosel de tabla del rancho, los santos preferidos por la buena mujer, las velas apropiadas, porque santo sin velas es como santo sin espíritu, y todos los utensilios aptos para que el milagro se produzca, en este caso para remediar la impotencia masculina..

     La curandera, en verdad, no muestra demasiada convicción en su rito de fumar el tabaco. Tiene, no obstante, una virtud: hablar claro al desolado hombre. Lo obliga a arrodillarse, como un perrito obediente, sumiso ante los santos allí iluminados. El individuo, corpulento, de “carácter” con los inferiores, sumiso ante la impotencia, de palabra gruesa, de aspecto matón, de látigo en mano para hacer sentir su autoridad, el hombre se arrodilló allí, en el ranchito, soportando las palabras de reproche de la desgreñada vieja, pero con utópico poder de curandera.

     ¿Es eso todo lo que hay que hacer para que el “milagro” llegue?. Quizá si, porque quizás sea ese el inconsciente argumento para la sugestión. Y con la confianza que proporciona el “humo del tabaco”, el regaño de la milagrera, las velas prendidas y las estampas de los santos, el impotente sale para probar, para probarse. Prueba y regresa. El milagro se produjo. Besa a la vieja. Le dice que él, hombre de poder ahora por todos los lados, está  a su disposición, “porque usted me curó, caracha”.

-         O sea, que le respondió a su mujer.

-         Pues no fue con mi mujer, mi vieja. Con otra fue. Y de que respondí, respondí. ¡Estoy curado, mi vieja!.

     Y así termina la lección telenovelera: humo de tabaco, impotencia viril curada, velas, santos, curanderos, milagro... porque “resultó” fuera del hogar.

     Algunos dirán: “su mujer también se la estaba jugando”. Pues sí. Y posiblemente la impotencia viril fuera más a causa de su mujer que a causa del macho. Es decir, que no hubo tal milagro porque no había impotencia. Lo que realmente había era engaño mutuo en el hogar.

     Es la moralidad de nuestras telenovelas.