Por amor

Autor: Adolfo Carreto         

 

Vi la película. Tarde, pero la vi. Kramer versos Kramer. ¡Recuerdan. Hizo furor en su momento, y no porque en su libreto introdujeran el consabido skecht pornográfico comercial “por exigencias del guión”, que traducido a la práctica significa “por exigencias del mercado”. Vi la película y me gustó.

     Siempre me han fascinado las películas sobre niños, aunque en ésta el niño es la excusa convertida en razón final. El tema es el matrimonio, el divorcio y, como consecuencia, la lucha por la conservación del hijo. Hasta aquí, nada novedoso. Vida diaria, como dice mi amigo. Pan nuestro de cada día, como reza el padrenuestro moderno de la convivencia social.

     Pero sí hay algo novedoso, y creo que fue esto lo que me gustó: el amor, para ser verdadero, auténtico, con mucha frecuencia tiene la obligación de renunciar. Aunque esta renuncia, como es en el caso de la película, sea el hijo. ¡Que es suprema renuncia!.

     Lo triste de este tipo de conflictos es toda esa maraña de insultos, de intransigencias, de abogados que se las saben todas, incluso el arte de tergiversar las verdaderas intenciones de sus clientes. Cuando la lucha por el hijo (amor) se convierte en guerra odiosa, las armas que se manejan no son las más apropiadas. Porque, en última instancia, quien pierde, quien sale con los trastos en la cabeza, como en todos los conflictos de esta naturaleza, es el hijo: el objeto del amor.

     En esta película no. Quien gana el juicio, esto es, la posesión del hijo, es la madre. Y por tal hecho la ley la autoriza para apropiarse de su posesión. Y con esta ganancia ya en las manos, la madre se pregunta: ¿qué mundo he construido yo para mi hijo?, ¿a qué casa voy a llevarlo?. Y conste que no se refiere a una casa material, que la madre, por estar liberada y ser trabajadora, tiene casa y medios de subsistencia. Así que no es ese el caso. El caso es que la madre se da cuenta de que la casa material no es todo, inclusive no es nada cuando en ello lo que hay que guardar es el amor. Sabe que en todo el transcurso del tiempo separada del hijo le ha faltado tiempo para construir “hogar” que, por supuesto, es algo muy distinto a tener casa. Y, a pesar de que la ley le permite llevarse al hijo, termina renunciando a él. No renunciando, perdón, no: dejándole ser. Y es, pienso, desde ese momento cuando el hogar comienza a funcionar, cuando el amor se convierte en esencia, cuando la posesión no debe ser un derecho que otorga la ley.

     Quien sale ganando es el hijo, es la madre, es el padre. Es el amor. Porque el amor, en Kramer versus Kramer, deja de ser posesión para convertirse en ser.