Poesía mística

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     En el fondo, toda poesía es mística; vale también decir que toda mística es poesía. No digo que toda mística es poética, que también lo es, sino realmente poesía.


Toda mística es el traslado casi siempre involuntario a un estado de éxtasis en el cual se encuentra lo que no puede encontrarse en un estado real, en un estado que no trasciende las fronteras. Y toda poesía, igual. La poesía es el contacto con la trascendencia, es el hallazgo de la pureza original, es el desarraigo de la materialidad campante, es el ver más, sentir más y mejor, olfatear, percibir aquello que no puede percibirse si no nos encontramos en proceso de embrujo, en estado de arrobamiento. Y la mística, tres cuartos.


Poesía y mística se dan la mano, transitan idéntico camino, se dirigen hacia el mismo objetivo. Es aquello de “vivo sin vivir en mi, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. La poesía no es la palabra sino el alma purificada de la palabra, no es la metáfora sino el espíritu con el que la metáfora se reviste. Lo mismo que la mística.


Por eso me ha llenado de contento esta noticia de que el Seminario diocesano de Logroño haya tenido a bien, para conmemorar su septuagésimo quinto aniversario, acudir a los místicos poetas no para salirnos de esta realidad sino para adentrarnos en esa otra de la mano de Teresa de Jesús, de Juan de la Cruz, de Ana de Bartolomé, poetas al más trascendente nivel, místicos al más encumbrado misticismo. Recital. Y con fondo musical poético porque también la mística es música y también lo es la poesía.


Volveremos a escuchar al amor y al Amor en su esencia, en su desnudez, en su pureza original, al amor y al Amor como objetivo, como fin, como perennidad. Volveremos a adentrarnos en esos recovecos que esconden las intimidades más deslumbrantemente amorosas. Volveremos a percibir ese mundo que parece, a estas alturas de tan atribulado mundo nuestro, que ya no existiera. Volveremos a olvidarnos de la caducidad para retomar la perennidad. Volveremos a ser inocentes en un entorno en el que pareciera haber desaparecido todo lo que suene a inocencia. Volveremos a ser un poquito, o un mucho, más desnudamente puros, más cerca de lo que perdura que de lo que fenece. Volveremos a percatarnos que todavía Dios sigue estando entre los pucheros o que los pucheros, de barro y todo, pueden ser el espejo de Dios.


Por todo esto y por mucho más el Seminario Diocesano de Logroño, aunque sea solamente por unos días, ha retornado a la verdad.