Paso a paso

Autor: Adolfo Carreto              

        

Avanzan los “pasos”, paso a paso, perpetuando el misterio. Sobre las parihuelas, sobre el armazón, sobre la estructura de madera, cada una de las figuras eternizan un momento de la pasión. Jesús es condenado a muerte, los encargados de torturarlo, esbirros, se arremangan sus túnicas o se desprenden de partes de ellas para dejar más en libertad a sus movimientos, a su furia, o a la orden que les han encomendado, y lanzar los golpes sobre un cuerpo maniatado, semi encorvado, para que no pueda eludir ni uno de los latigazos. ¿Cuántas cuerdas de esparto se han ensañado ya sobre la desnudez del Nazareno?. ¿Cuántas tiras de cuero?. En el “paso” pareciera perpetuarse ese, pero a medida que avanzan los costaleros, paso a paso, se traduce un latigazo más, en una ignominia más, en una sinrazón más, para que lo atestigüen los presentes.

     Avanzan los pasos y los hachones,  uno en cada esquina de las parihuelas, alumbran el camino que recorren, y dan fe de esa primera caída, de ese cirineo ayudando al condenado, de esa verónica enjugando sudor y sangre, de esas mujeres que lloran desconsoladas, de esas lanzas de soldados romanos que azuzan a la comitiva, de ese cuerpo yacente dentro de un sepulcro labrado en plata. Avanzan paso a paso los costaleros, a su paso y con su “paso”, y cada nuevo paso es un temblor, una lágrima, un santiguarse, un rezo callado, un extasiarse ante lo increíble creíble. Avanzan los pasos de los costaleros, y cuando se detienen, arranca la saeta desde un balcón, una saeta de cristalina voz quebrantada de una mujer con mantilla y de luto. Y todo se hace silencio. Descansan los costaleros y la noche se llena de llanto musical. Una saeta es una oración cantada con desgarro, una despedida a la Madre dolorosa, al hijo yacente, al Crucificado que todavía pende en la cruz.

     Avanzan los costaleros porque ya la oración ha concluido y redoblan los tambores para marcar nuevamente los pasos, guiando el camino..

     Queda, sobre las parihuelas, un monte rojo de claveles, una alfombra tupida de alelíes, un perfume fresco de primavera hecha camino de dolor, de primavera que volverá a explotar en verdor y colorido resucitado el día de la Resurrección. Pero mientras tanto, avanzan los costaleros, paso a paso, llevando sobre sus hombros el misterio increíble de una cruz, de una mujer arrodillada, de una Virgen con lágrimas de cristal, de un apóstol que no termina de entender, de una agonía aguardando el misterio del día de la gloria.

     Por ahora, avanzan los “pasos”, paso a paso, y a hombros de costaleros.