¿Papa... donde estas?

Autor: Adolfo Carreto      

    

     No sé si creer las estadísticas, pero de ser ciertas, asustan: la figura del padre no existe para el 56% de los niños venezolanos. Asusta más todavía la interpretación de la cifra, la cual, evidentemente, no se refiere al hecho de una orfandad material sino al terrible drama de una orfandad sentimental, amorosa, espiritual.

     Me dijo hace poco un amigo: “Para algunos niños es mejor no conocer a los vagabundos de sus padres”. No estoy de acuerdo: el niño tiene derecho al padre tanto como a la madre. El niño tiene derecho a crecer en armonía, a saber de dónde viene y por qué y para qué vino, a contemplar la vida y el mundo bajo un prisma de desarrollo normal, no bajo un prisma trucado. El niño debe saber, ya desde niño, que él algún día será padre, y que debe ya prepararse, desde ahora, para serlo.

     Parece que las estadísticas nos insinúan que lo que los niños aprenden es a ser machos, sementales, picaflores, vagabundos, anárquicos y otros macabros sinónimos por el estilo; pero no a ser padre. Lo que es de una terrible gravedad. El niño que desde niño no ha sentido la paternidad, difícilmente podrá ejercerla de mayor.

     Uno de nuestros ilustres intelectuales, Orlando Albornoz, lo dijo en forma que me convenció: “A menudo existe el hombre, sin duda. Pero parto de la noción de que hombre y padre son cuestiones y funciones distintas. La función del primero está ligada a la biosíntesis, y el padre a lo biosocial. Ser hombre significa responder a un estímulo; ser padre, por el contrario, envuelve crear esos estímulos, en función del papel del individuo en la sociedad, esta vez los hijos...·.

     No puedo explicarme cómo puede prosperar (y no me refiero en lo económico) una casa sin padre; miro a los ojos de mis niñas y me percato de que ellas me exigen, que es la mayor prueba de la necesidad.

     Hablar de la grandeza de ser padre solamente es lícito para aquellos que entiendan de esa grandeza. Y esta grandeza reside en ser padre a tiempo completo, no por horas, no durante los fines de semana. Cuando el padre lo es de verdad, la realidad de los hijos le sale por la mirada, por los poros y, en no pocas ocasiones, hasta por las lágrimas; que ahí, en las lágrimas, es decir, en el dolor, en el esfuerzo, en la equivocación, también hay amor. ¡Y cuánto!.

     Debe de ser muy dolorosa, creo yo, esa orfandad que surge del rechazo voluntario del hijo: cuando el hijo sepa y sufra  por qué su papá lo dejó. Desde hace mucho tiempo llevamos marcada en nuestra sociedad esta terrible devaluación y poco hemos hecho para ponerle coto. ¿Seremos, por eso, tan agresivos?.