Morir de pie

Autor: Adolfo Carreto      

   

Los árboles, como hacían antes, ya no mueren de pie. Antes sí: se morían de pie y de viejos, como debe llegar la muerte, como debemos esperarla, y como debe buscarnos. Ahora los árboles mueren a hachazo planifica, a sierra eléctrica, a golpe de incendio indiscriminado. Arde California y arde el mundo. Arde Europa. Las selvas tropicales se desmoronan.

     Existe una desorbitada afición comercial, industrial, explotadora a matar árboles. Ya lo sabemos, su madera es como una piedra preciosa para adornar nuestro hábitat casero, nuestro lugar de trabajo, nuestro entorno. La dureza de la madera puede competir con  la resistencia del metal. A veces es más perenne la madera que el hierro. Lo sabemos. Y porque lo sabemos, debemos cuidar esa preciosidad y su persistencia.

     En este minuto justo, en un minuto solamente, están desapareciendo 50 hectáreas de bosque tropical. Pero no por incendios, sino por tala. Grandes sierras seccionan el lomo erguido de los orgullosos árboles silvestres, los cuales van cayendo impotentes, ruidosamente, quejándose, arañando el ramaje de sus hermanos de al lado, que también caerán. Cincuenta hectáreas tropicales muertas en sesenta segundos. Y a esto no se le denomina crimen, pero lo es.

     No nos parece crimen porque los bosques están bastante lejos de nuestra propia ventana. El único contacto que tenemos con ellos es la presión de nuestro cuerpo sobre el respaldo de la silla, o contemplando la mampostería de nuestra oficina o de nuestra casa. Esa silla, antes, fue árbol frondoso de un frondoso bosque nuestro.

     Dicen los ecologistas que nos estamos quedando sin bosques. Y no metafóricamente, real y dramáticamente. Al quedarnos sin bosques nos quedamos sin aves, nos quedamos sin animales. Porque la destrucción de su casa natural es esa, nos quedamos sin mamíferos, nos quedamos sin miles de especies porque les robamos, además de su natural entorno, su camino y su libertad.

     ¿Que qué importancia puede tener esto?. Pues que nos estamos quedando sin vida, sin esa vida que es naturalmente necesaria para mantener nuestra propia vida; para que nosotros también, algún día, podamos morir de pie. Como los árboles antaño. Como debe ser. Y es que uno, que nació y vivió en medio de la naturaleza antes que rodeado de concreto, sabe lo que es vivir rodeado de libertad, de la más natural de la libertad, que es la libertad del campo, que es la libertad de la vida.