Mito y creencia

Autor: Adolfo Carreto      

   

“Creer en el Niño Jesús no hace daño”. Me lo ha dicho un amigo no que sabe de muchas teologías, aunque intuyo que lo que realmente ha querido decirme es que creer en el niño Jesús no es un mito.

Estoy de acuerdo. La creencia no solamente no es mala sino que, siempre y cuando no se convierta en fanatismo, es el alimento del alma, el fanatismo es el veneno que destroza toda creencia.

La Historia ha insistido en dos tipos de “historias”: la de los creyentes y la de los fanáticos. Quienes han maltratado a la fe han sido, y la historia lo corrobora, los fanáticos, no los creyentes. Quienes han vitalizado la historia han sido los hombres de fe, jamás los fanáticos. Porque hay que dejar claro que el fanático es el más rotundamente ateo.

El creyente es un hombre de esperanza, de dinamismo, de empuje, de buscar soluciones; el fanático es un hombre de muerte, de derrotismo, de represión, de odio, de desastre, de guerra. El creyente cree que las soluciones están en la paz; el fanático piensa que están en la destrucción, cualquier tipo de destrucción, caiga quien caiga. Hay fanáticos para todos los gustos: para los políticos y para los religiosos. No todo aquel que se dice religioso es hombre de paz, y si no lo es, en buena lógica, tendríamos que concluir que ni siquiera religioso es. Hay mucha tela que cortar en este terreno.

“El niño Jesús no es como la cigüeña, que viene de París.”. Quiere decir mi amigo que lo del niño Jesús es verdad y lo de la cigüeña, no. Quiere decir que la creencia se apoya en la verdad, y que el fanatismo se ancla en el desajuste. Quiere decir, y así lo entiendo yo, que de la verdad procede la alegría y que la alegría es el mejor regalo que podemos ofrecernos sin que nada nos cueste, y que el fanatismo siempre produce tristeza. Quiere decir que, ya que vivimos en tiempo de paz, mejor es comportarnos como intermediarios entre Dios y los niños, así sea regalando unos juguetes, que tampoco es tan material como pareciera, que comportarnos como intermediarios del derrotismo. Quiere decir, y esto es lo que intuyo, que a Dios hay que verlo al tamaño de cada edad, y que si muy posiblemente tenga más validez para algunos el Dios crucificado, también es cierto que tiene más sentido para el niño el Dios Niño.

La Navidad es un tiempo para el regalo. Y el regalo, cuando sale del corazón, de la verdad sin trampa, de la fe, se convierte en don. El regalo, cuando se hace por compromiso, por rutina o porque todo el mundo lo hace, se convierte en egoísmo. Y lo más contrario al regalo es el egoísmo.