¿Miedo eclesial?

Autor: Adolfo Carreto

          

Es algo connatural al ser humano. Lo ha sentido siempre y ante las más variadas circunstancias. El miedo, como todas las emociones humanas, puede degenerar en perturbación exagerada y condicionar terriblemente el comportamiento del individuo o de los grupos. Para mí, el terrorismo galopante no es otra cosa que la radiografía del miedo.

     Existen miedos racionales, lógicos, y también miedos ilógicos, evidentemente patológicos. Existen tanto el miedo por defecto como el miedo por exceso. Las definiciones más simples lo dicen: el miedo es “una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o mal real o imaginario”; el miedo es “el recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea”.

     Si nos atenemos a esto, podríamos asegurar que estamos inmersos en la época del miedo: miedo político, miedo económico, miedo de inestabilidad social, miedo de irreconciliaciones, miedo ante conflictos creados y no resueltos, miedo ante el futuro. Y la interrogante que enmarca este panorama no es otra que la desconfianza ante el mañana: ¿y ahora qué?, ¿y luego, qué?. Un ahora-luego que pareciera no encontrar proyección y, por lo mismo, que borra toda esperanza para la consecución de una vida mejor.

     La Iglesia católica no escapa a este panorama. A pesar de que su doctrina no está asentada en el principio del temor, sino en la creencia de la realización última, existen síntomas inequívocos de que el medo campea en su seno. Ya no se trata del aquel medo predicado, y construido, sobre la base del principio  salvación-condenación, sino un miedo más de ahora, más temporal y humano. Lo dijo el famoso obispo Riobé: “Todos tienen miedo. Quizá sea esta la clave del malestar de la Iglesia: el miedo... Sería menester que la Iglesia, cada vez que se reúnen en ella sus responsables, se abandonase con mayor confianza al espíritu de vida. La iglesia sigue estando prisionera de la sistematización legalista de lo que, en el Evangelio, se presenta como una inspiración libre”.

     A veces el miedo eclesial ha querido ser sublimado, bautizándolo con el nombre de prudencia. ¡Nada menos que una virtud!. Psicológicamente se podría definir más bien como mecanismo de defensa: el intento de protegerse de una realidad desagradable, resistiéndose a percibirla, o intentar justificar cierto proceder, proclamando excusas ciertamente “razonables”, vistas como “racionales”, pero, en el fondo, falsas. Porque el miedo ha impedido esa confianza y ha canalizado la vida de la fe por acequias poco libres.