Mártires modernos

Autor: Adolfo Carreto              

    

Tengo ganas de que este Papa, o el que venga, canonice a un periodista por la sola e encomiable virtud de informar como Dios manda. Porque, informar como Dios manda hoy más que nunca se ha convertido en una profesión riesgosa. Quizá siempre lo haya sido, pero nuestro tiempo la ha enaltecido con creces. No solamente las últimas guerras nos han traído ejemplos a granel, entre ellos los dolorosos ejemplos de compañeros españoles, sino otras muchas actividades en las que la profesión de informar adecuada y objetivamente se convierte en riesgo.

     Un periodista no solamente puede “morir” entre el riesgo de un bombardeo sino también entre el riesgo de un despacho. Estos días la prensa española anda revuelta sobre el particular, y no es para menos: un periodista puede dejar de serlo porque su jefe le dice que deje de serlo, o que se vaya a buscar otras fuentes informativas más convenientes.

     No es la primera vez que un periodista muere, de cualquiera de las formas de muerte, en el ejercicio digno de su deber que es, así lo creemos, el ejercicio de un servicio. Tampoco será la última, por desgracia. Verdad es que tampoco el ejercicio del periodismo es la única profesión riesgosa. Hoy por hoy, cualquier trabajador, en el serio ejercicio de su profesión, puede sucumbir.

    Pero a los periodistas, en todo el mundo, se nos está poniendo cada vez más fea la cosa. Así de claro lo explicaba hace tiempo un gran periodista, Ted Córdova-Claure: “El episodio del grupo de periodistas que se salvó de una emboscada en la lucha en Nicaragua, la vida peligrosa en Beirut o en Buenos Aires, la tentación irreflexiva del plagio, la vergüenza de los diarios falsificados de Hitler en una revista tan importante como Stern, o las odiseas casi cotidianas en El Salvador, prolongan en nuestro mundo el vivir peligrosamente de la Indonesia de 1965 a nuestra era de 1983”. Era 1983 cuando Ted escribió lo que hoy, ya otro siglo, puede corroborarse con creces.

     Cuando usted contempla un programa informativo en televisión, escucha una información radiofónica, o lee apaciblemente el periódico en su casa, piense que esa noticia, ahí casi fría, ha sido posible gracias a la vocación de exponer la vida para comunicarnos lo que en el mundo se hace, quién lo hace, por qué lo hace y hasta por qué no se debería hacer. Nos dicen que la información debe ser objetiva; pero debe ser también subjetiva, esto es, con todo el peso del dolor que en ella intuye el periodista. Por eso para lo que pasa. Por eso también en periodismo hay mártires. Por eso deseo que este papa, o el que venga, canonice a uno.