Mahatma Gandhi

Autor: Adolfo Carreto 

   

     Mahatma Gandhi se hizo santo en África, a finales del siglo XIX, cuando en Sudáfrica todavía imperaba la locura del odio racista. Mahatma Gandhi se convirtió a la santidad, y para toda la eternidad, rezando la tolerancia, que es la oración más pacífica que pueda rezarse. Mahatma Gandhi es un santo de todas las religiones porque llegó a comprender que todas las religiones, si son religiones de verdad, son la verdadera. Hay cosas que es necesario proclamarlas claramente, para que nadie se equivoque. Cuando se odia, cuando se mata en nombre de Dios, y esto se ha hecho, y continúa haciéndose, no hay religión que valga. Mahatma Gandhi, ya santo en vida, salió un día de Sudáfrica bajo la aureola de que “sólo la templanza y la fuerza moral acaban ganando las batallas”.

     Mahatma Gandhi dejó tras de él a todo un ejército de pacifistas de todas las religiones, que continúan, a trancas y barrancas, predicando la única verdad posible: “que hasta lo sagrado, en manos de los hombres, puede envilecerse”. Y esto lo ha dicho su niega, Ela Gandhi, quien anda por el mundo predicando lo que predicaba su abuela, rezando como rezaba su abuelo, convencida de los convencimientos de su abuelo. Apuesta por la paz, porque no hay otra forma de apostar, se manifiesta contra todas las formas de opresión, que son muchas y variadas, que no están localizadas en una sola geografía sino que, como la mala hierba, crecen y se manifiestan por doquier.

     Ha llegado a Barcelona para hablar y rezar, y para manifestarse, y para apoyar a todos los de su condición. Ha llegado a Barcelona para recordarnos que “el abismo que separa a ricos y pobres es el pozo sin fondo donde se fraguan los grandes conflictos”.

     No sé si terminaremos haciéndoles caso a estos predicadores de la paz y la convivencia que se reúnen en Barcelona. No les que digan algo novedoso al respecto, pues todas estas verdades ya han sido dichas y repetidas, pero es de urgencia que se nos recuerden porque, de lo contraria, vamos hacia el despeñadero. Y así fue proclamado: “Estamos aquí para demostrar que las religiones del mundo, aunque somos diferentes, no somos antagónicas, todas pretendemos servir al bien común”, lo cual quiere decir que no somos diferentes porque todos creemos en el mismo mandamiento.

     Al Forum de las Culturas, en la ciudad Condal, han llegado hombres y mujeres para precisarnos que no hay más cultura que la de la paz, ni más fe que la de la convivencia. Y me gustó lo que dijo el obispo de Terrassa y Sant Feliu de Llobregat: “La Iglesia católica lleva 20 siglos implantada en el mundo, aunque no siempre ha hechos las cosas bien. Está claro que no habrá paz en el mundo si no la hay entre las diferentes religiones”. Parece que nos vamos entendiendo.