Los enigmas misteriosos

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Existen, o han existido, personas y acontecimientos que, mientras más misteriosos y enigmáticos sean, mejor; quiero decir, mejor económicamente, porque hacer del misterio un negocio parece convertirse en algo francamente rentable. Uno de estos personajes al que se ha ido desviando de la genialidad hacia el mercadeo ha sido Leonardo Da Vinci, y no precisamente por sus pinturas, sus inventos y a veces sus estravagancias sino precisamente por la nebulosa de su vida. Cuando de una persona sabemos poco podemos endilgarle todo, sobre todo en el campo de la literatura, como ha ocurrido recientemente con la comercializada novela El Código Da Vinci, que nada aclara y mucho confunde, que nada desvela y mucho enceguece, que demasiado especula y nada concretiza.


Por supuesto, se nos dirá que se trata de una novela, y lo acepto. Uno, como novelista que es, tiene que aceptar estos supuestos, pues lo que uno inventa tendría escaso valor si no fuera precisamente inventado. Lo que no se inventa, literariamente hablando, ya no es novela sino historia. Pero es necesario ser un poco cuidadosos literariamente cuando tratamos de reinventar la historia, sobre todo intercalando en la historia de uno historias de otros que están fehacientemente comprobadas.


De Leonardo se ha dicho de todo y todo continúa más confuso. Es muy posible que si ahora los científicos logran reconstruir su cadena de ADN sepamos, si no todo, sí un poco más de él, si de verdad fue hijo bastardo, si de verdad su madre era una sirvienta, si de verdad perteneció a sectas o fue hereje, si de verdad fue homosexual. Ya ven, prerrogativas de Leonardo que no van por el renglón de las pinturas sino por el de su vida privada, oculta posiblemente porque él no tenía interés de darla a luz pública.


He leído últimamente algunas de las frases que dicen que dijo y he descubierto en ellas no la oscuridad que se le achaca sino la diafanidad de la que posiblemente no quiso presumir. Por ejemplo, dicen que dijo: “Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz”.


O por ejemplo: “He ofendido a Dios y a la humanidad porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido”. Pues bien, me quedo con esta otra fotografía de Leonardo, me quedo con esta humanidad que no exaltamos ni siquiera literariamente, me quedo con este pensamiento universal que debería ser tan universal como sus cuadros. Y, para concluir, con esto que está tan de moda hoy día en el pensamiento de Juan Pablo II: “Aquel que más posee, más miedo tienen de perderlo”.