Los Cristos de Velázquez y Zurbarrán

Autor: Adolfo Carreto              

    

     Diego Velázquez y Francisco de Zurbarán se han anotado a un Cristo muy parecido. Muy posiblemente se trate de la espiritualidad de la época. A los pintores españoles no les gusta un Cristo derrotado. El estar en la cruz como está no es un signo de derrota sino de triunfo. Se trata de una muerte más divina que humana, de una muerte muy poco literal, una muerte que no significa muerte sino redención, una muerte que necesariamente es momentánea, que está forzando a la resurrección de inmediato.

     Zurbarán y Velázquez han logrado que toda la luz se concentre en el Cristo, o si se quiere que sea el Cristo quien irradie toda la luz, lo cual no deja de ser solamente un artificio artístico sino también una convicción mística, teológica. El fondo completamente negro, oscuro ya que es la luz la que emerge de las tinieblas.  No hay más luz que esa, no existe otra luz que pueda suplantarla. Se trata de una Luz con mayúscula. Se trata de la Luz. Cristo es la luz y el resto tinieblas. No hay absolutamente en estos Cristos de Velázquez y de Zurbarán detalle alguno que pueda desviar la mirada. Son Cristos que atraen, que atrapan a uno. Son cristos para el recogimiento, para el éxtasis, para la adoración. Son Cristos para postrarse ante ellos.

     Velázquez pintó a su Cristo para un convento de montas benedictinas y puede que eso lo explique todo. Cuentan que el rey Felipe IV se lo encargó al pintor para donarlo a las religiosas y así expiar el pecado de haberse enamorado de una de ellas. También puede ser, y si lo fue, Velázquez logró plasmar en ese Cristo el perdón auténtico, sin aspavientos, sin equívocos. Y el rey debió de sentirse perdonado.

     El Cristo de Zurbarán es igualmente un crucificado tranquilo. Un cuerpo repleto de luz, un cuerpo de piel blanca, sin rasguño alguno, sin sangre que pueda desafiar a la luz. Un cuerpo que ha desafiado al dolor de la muerte.

     En lo que no han coincidido ambos pintores es en la textura de la cruz; la de Zurbarán es más rústica, la de Velázquez más elaborada. Pero sí coinciden en los cuatro clavos, una para cada mano, uno para cada pie. Los pies no quedan uno sobre el otro, como era habitual, sino ambos descansando en esa pequeña plataforma saliente del madero. Esto les imprime menos dramatismo pero más majestuosidad. Porque esto es lo que son estos Cristos de Zurbarán y Velázquez: la majestuosidad, el triunfo. La Luz. Yo diría que el paso previo a una resurrección que ya se anuncia. Lo que quiere decir que ambos pintores más que arte han hecho teología. Sin duda, ambas cosas a la vez. Y es que estos pintores del renacimiento español a la vez que artistas eran creyentes, pero de verdad.