Los caminos de la Iglesia

Autor: Adolfo Carreto

          

     Es un hecho, fuera ya de toda discusión, que las distintas iglesias latinoamericanas han tomado una posición de intervención en los asuntos públicos (incluidos los políticos), recordemos los últimos tira y afloja entre los obispos mexicanos y algunos líderes políticos de esa misma nación, que antes no habían exhibido. Al menos, este nuevo quehacer pastoral de los eclesiásticos no es del mismo tenor del marcado en décadas anteriores.

     Una de las acusaciones más frecuentes que ha tenido que soportar la Iglesia Católica fue la de estar ligada al poder constituido, siempre y cuando este poder fuera de un tono conservador, hecho que hacía a la Iglesia muy llevadero su quehacer espiritual. Si los conflictos de reivindicación social eran “arreglados” por el poder, según el estilo y los medios que el poder disponía para su control, la Iglesia no tenía por qué inmiscuirse en semejante asunto. La Iglesia a la sacristía, se decía burlonamente, y parecía que las cosas marchaban.

     La Iglesia disponía de su refugio propio, un refugio también protegido por el poder de fuera. Los mártires se daban en “tierras de misión”, allí donde los poderes no eran de signo católico ni pertenecían a la órbita de la civilización occidental. China fue un semillero de mártires, igual que casi toda la geografía oriental, así como la africana y la de otras regiones no cristianas.

     Últimamente los mártires volvieron a ser noticia. Estas muertes recientes provocadas por el poder ya no procedían de países ajenos sino de centros casi exclusivos del poder de la fe. Latinoamérica fue el continente donde comenzaron a florecer esos mártires, muchos de los cuales siguen permaneciendo anónimos, inclusive para las propias autoridades eclesiásticas. Pero da la sensación, afortunadamente que esos tiempos han cambiado o, al menos, se percibe una reconfortante brisa de cambio.

     La pastoral eclesial ha cambiado, de eso no hay duda. Para unos lo ha hecho en exceso, mientras para otros todavía ese cambio se encuentra en pañales. Son estas dos perspectivas las muestras inherentes y lógicas en todo proceso de cambio: la timidez en unos y el excesivo apremio en otros. Pero lo cierto es que la apreciación oficial de la Iglesia Católica es signo de un nuevo estilo, de una nueva forma de enfocar las realidades terrenas a la luz de la fe y de un nuevo quehacer de los cristianos, motivados e impulsados por su creencia.

     A la Iglesia le queda todavía mucho camino pastoral por delante, pero es obvio que muchas cosas están cambiando. Aunque algunos, incluso dentro de la  Iglesia, no lo deseen. Y hasta lo obstaculicen.