Lo publico y lo privado

Autor: Adolfo Carreto      

   

     A estas alturas ya no sé quienes somos personas públicas y cuales privadas. Tampoco sé qué es eso de privacidad y qué propaganda. Ni sé, cuando camino por la calle, si tengo que taparme la cara para que no me vean, o si, porque no me la tapo, ya todo el mundo tiene derecho a hacer de mí lo que le venga en gana. Hay que cerrar la ventana a cal y canto para que no te alcance la cámara fotográfica; hay que comer en la propia cocina porque comer donde haya público se convierte automáticamente en acto público y puede causarte indigestión; no se puede desentonar cantando porque cantar desentonado hiere los tímpanos de quien se acerca, y como quien se acerca es tan público como quien canta, pues de ahí el conflicto.
Así es que estamos metidos en tremendo lío, porque como todos queremos tener los mismos derechos pero nadie quiere tener los mismos deberes, el conflicto surge. Y surge el conflicto porque, de parte y parte, se ha comercializado la defensa de la llamada privacidad o intimidad. Y digo de parte y parte: de parte de los individuos que la protagonizan descaradamente y de parte de los medios que la estimulan, tambièn descaradamente. Hablemos claro: estimular la privacidad de los personajes, porque hay que hablar de personajes, esto es, de políticos, cantantes, actrices, futbolistas, boxeadores, condes o condesas, gacetilleras y gacetilleros, alcaldes y alcaldesas, incluidos a sus padres, hermanos, primos, vecinos y cuanto allegado a bien quiera arrimarse, se convierten en personajillos estimuladores del morbo.
Eso que se ha bautizado como televisión basura, a la que cada día se la alimenta con más basura. Y luego los programas que acogen a los protagonistas como la gran carnada para engordar sus intereses.
También entran en escena los aprovechados políticos, quienes utilizan la banalidad del contrincante para destruirlo políticamente, y quienes utilizan la no menor banalidad del escándalo de la mujercita o del hombrecito para medrar en la popularidad que proporciona el medio: a mayor escándalo, más dinero.
Esta nueva manía de andar sacando a luz los trapos sucios está creando en la ciudadanía la cultura de la degradación. Cada quien es muy quien para ser lo que quiera ser, pero que luego no se queje cuando, por airear comercial o publicitariamente su intimidad, se ve en el ridículo. Los excesos siempre terminan pagándose, y a veces muy caros. Es una pena que esa diva a la que uno tanto admiró, vaya enterrándose cada día más en la tele basura comercializada.