La vida no es para todos

Autor: Adolfo Carreto      

   

Pareciera como si nos hubiéramos acostumbrado a la epidemia del Sida. Este es un tiempo de epidemias, de raras epidemias, de virus que nos sorprenden, de enfermedades que igual afectan a animales que a personas. Vacas, pollos, luego vendrán cereales, frutas, qué sé yo. Pestes siempre ha habido, es cierto, pero ahora nos asaltan con tal rapidez y con tal variedad, que no nos da tiempo a encontrar el antídoto.

El Sida fue la última gran epidemia del siglo pasado, la cual está echando cuerpo aceleradamente en lo poco que va de este siglo. Y es lo que siempre ocurre. Que las epidemias se ceban en los pueblos más pobres, en las regiones más desasistidas, en las personas más inocentes.

El tema ha sido puesto sobre el tapete nuevamente por Juan Pablo II y con motivo de su mensaje de preparación para la cuaresma: “la humanidad no puede cerrar los ojos ante los millones de niños enfermos de Sida en África”. Dicha así, pareciera que suena a poco, pero si echamos cuentas y hacemos caso a las estadísticas que dicen que solamente en Kenia mueren cuatrocientas personas al día a causa de este virus, y de que hay en el mundo más de dos millones y medio de niños infectados, y que el año pasado murió una de cada cinco, el escalofrío ya es mayor.

Lo novedoso de esta emergencia denuncia del Vaticano es que se ha culpado del auge de esta enfermedad a los laboratorios farmacéuticos. Estos niños africanos, menores de quince años, “llevan consigo la semilla de la muerte porque no tienen medicinas. Se ha llegado inclusive a acusar a los laboratorios de “genocidio”, por su insensibilidad y por el costo de los antirretrovirales. Y lo ha dicho con palabras tan duras como éstas: “En Europa y América del Norte la enfermedad es cada vez menos mortal y cada vez más crónica, mientras en Kenia, por ejemplo, mueren cuatrocientas personas al día. ¿Por qué esta diferencia?. Por la acción del genocidio de los carteles farmacéuticos, que se niegan a bajar los precios en África, a pesar de que sus beneficios en 2002 fueron de 515 millones de dólares”.
Estoy totalmente de acuerdo con esta queja del Vaticano. La medicina no solamente ha pasado a ser un lujo sino inclusive un imposible para los más desfavorecidos; y no solamente con respecto al Sida, tambièn a otras muchas carencias humanas. Pero igualmente estoy convencido de que no se trata únicamente del remedio de las medicinas sino de otras muchas prevenciones.