Las edades del hombre

Autor: Adolfo Carreto 

    

     Aunque solamente sea para extasiarse ante la custodia de Juan de Arfe, hay que ir a Ávila. 1,75 metros de altura y 98,50 kilogramos de peso tiene esta catedral custodia para poder albergar el cuerpo de Cristo todos los Corpus de la historia. Jónico y corintio le dieron la mano al orfebre leonés, Juan de Arfe, para que esculpiera una de las más bellas obras de platería para albergar y pasear por las empedradas calles y callejas de Ávila a la Sagrada Ostia. Hay que ir a Ávila para verla, para postrarse ante ella, porque es tan maciza y consistente como las murallas, como la catedral que comienza siendo románica y termina siendo gótica, como la iglesia de San Vicente, la de San Pedro o el Monasterio de Santo Tomás, de los dominicos.

     Hay que ir a Ávila para, desde los Cuatro Postes, recorrer la ciudad desde lo alto, porque Ávila es una castellana ciudad de altura, de meseta, de cielo claro y limpio. Hay que ir a Ávila y empinarse hacia ella desde lo bajo, desde donde el río Adaja continúa dejando pasar a caballeros en su montura para refugiarse en la amurallada ciudad de los caballeros. Porque Ávila es ciudad de caballeros andantes, como Juan de la Cruz, de mujeres andantes y caballerosas, como Teresa de Jesús, como cualquier abulense de los de antes y de los de ahora.

     Hay que ir a Ávila aunque solamente sea para sostenerse en una columna de granito de la tierra, del claustro de Reyes del Monasterio de Santo Tomás. Hay que ir a Ávila para descubrir a Dios en los pucheros, como los descubrió Santa teresa tanto en el claustro como fuera de él. Hay que ir a Ávila para escuchar la oración poética y enamorada de San Juan de la Cruz, henchido de un amor que no se agota. Hay que ir a Ávila para sentir cómo palpita el corazón de la Santa que todavía vive en su monasterio, que todavía se encumbra en las murallas, que todavía se adentra por los caminos rumbo a todos los caminos.

     Ávila fue mi casa durante cinco ańos y aunque soy castellano de Salamanca soy también castellano de Ávila, porque tanto monta. Así que un poco lo que soy le pertenece, en derecho, a Ávila, y un poco de lo que sé lo bebí recorriendo calles, iglesias y murallas. Siempre vuelvo a Ávila.

     Pero ahora, sobre todo, hay que ir a Ávila porque allí se encuentran Las Edades del hombre, una colección de obras de arte castellanas que son plegarias. Allí están, en la catedral, a buen resguardo, porque todo en Ávila está a buen resguardo. Así que si quieren rezar de la mano de Bartolomé Esteban Murillo, de Pedro Berruguete, de Juan de Arfe y de todos los castellanos que hicieron de su fe, arte, acudan a Ávila. Es una ciudad de oración.