La redención del trabajo

Autor: Adolfo Carreto                  

            

      Se ha predicado en muchísimas ocasiones que el trabajo redime, lo que es cierto, pero ahora viene el Papa Juan Pablo II y nos recuerda que también el trabajo necesita ser redimido. Lo que viene a resumir el dicho: el hombre es para el trabajo y no el trabajo para el hombre. No creo que a muchos les haya hecho gracia esta precisión del Pontífice. En estos días de mayo, cuando, en el mundo entero se conmemora el Día del Trabajador, surgen las reivindicaciones laborales, el derecho a la seguridad en el trabajo y una que está haciéndose cada día más endémica: la falta de trabajo.

     Esto de el desempleo acarrea una serie de secuelas, como por ejemplo la de la contratación de mano de obra barata, la falta de estabilidad laboral, las condiciones de trabajo de los empleados y hasta el trauma psicológico que significa el quedarte sin el empleo que tienes, así sea malo. Y por ahí precisamente es por donde va el Papa: “que el trabajo ha sido contaminado por el pecado y contaminado por el egoismo”. Por ende se trata de una realidad que también “tiene necesidad de ser redimida”.

     A mí, de verdad, el trabajo me gusta. Sin el trabajo no sería yo, y a veces pienso que me gusta hasta en exceso, lo que tampoco es bueno, ni virtuoso. No sólo de pan vive el hombre, y el esfuerzo no debe encaminarse en una sola dirección.

     Pero si algún trabajo necesita redención de verdad, es ese que se obliga a niños, niñas y jovencitas, sobre todo en los países subdesarrollados o con escasos recursos. Este pecado raya en lo escandaloso. Y no solamente por el esfuerzo material al que se somete a los menores, sino también porque se les está privando de otros derechos, como el de la educación, el de desarrollarse dignamente conforme a su edad y a su sicología, y también el derecho a la diversión, que no es de poca monta.

     Ha precisado el papa que “el trabajo debe ser rescatado de la lógica del beneficio, de la falta de solidaridad, del frenesí de ganar cada vez más, del deseo de acumular y consumir porque cuando es sometido a la inhumana riqueza el trabajo se convierte en un ídolo seductor y despiadado”. Y esto es lo que me seduce de las precisiones del pontífice: el trabajo como ídolo, el trabajo como seducción y el trabajo como algo despiadado. Así que, trabajar si, pero como Dios manda, no como exige el egoísmo social o el egoísmo individual.