La pasión según Gibson

Autor: Adolfo Carreto              

    

No he visto aún la película de Mel Gibson, La Pasión, pero tendré que verla. Todo lo que nace arropado en polémica es necesario verlo con los propios ojos para no caer en la simpleza de lo que opinan los demás. Y opiniones ha habido ya en cantidad, por parte de unos y de otros. Y esto de que se opine es bueno, ayuda a formularnos un juicio más personal. Por eso leí la novela El Código da Vinci, y por eso me he convencido, inclusive como novelista, de que es posible fantasear, pero nunca dar como histórico lo que es mera fantasía, lo que es especulación, y lo que es, sobre todo técnica para el comercio y la venta. Así que no voy a opinar, por ahora, acerca de la película de Mel Gibson, pero sí sobre algunas de sus declaraciones, porque me sorprenden.

     Se sumergió en esta aventura de filmar la pasión de Jesucristo a costa, inclusive, de su economía. Se auguraban pérdidas millonarias. Todo parecía abocado al fracaso económico e, incluso sus amigos, los incondicionales, intentaron convencerlo de que el proyecto no era viable económicamente. Pero él continuó en sus trece, porque se había enamorado espiritualmente de Jesús de Nazaret, y eso carece de precio.

     Me asombra, además, el que haya realizado esta película como un acto consciente de evangelización, una vez convencido, luego de leer y releer los Evangelios, y de meditarlos, de que no quedaba otra alternativa: había que dar a conocer la vida y la obra de Jesús pues, al parecer, ni siquiera quienes creían en Él, la conocían. Ha dicho: “Yo sólo quiero que el que vea La Pasión pueda permanecer sentado y sufrir con ella. Realmente lo único que he intentado conseguir es que quienes vayan a verla experimenten un cambio profundo en su vida”. A esto simplemente se le llama evangelizar como propósito. El cambio de vida, muy de actualidad en la predicación cuaresmal, para el espectador es el objetivo, no la ganancia económica.

     La jerarquía eclesiástica mundial no se decidió en un principio a aceptarla como digna, tampoco a rechazarla. Inclusive hubo declaraciones y contradeclaraciones. Pero ahora ya, al parecer, todos están de acuerdo: hasta en esas escenas tan violentas que el mismo Gibson no recomienda ver a menores de doce años.

     La convicción del cineasta es que para é el sacrificio de Jesús lo es todo. Si no hubiese existido, viviríamos en una constante conquista de la tierra y en el dominio de unos sobre otros. Es una lástima que tantos ignoren el mensaje de Jesús. Esa es una de las razones por las que tenía que hacer la película.

     Pues sí, es una lástima. Quizá Mel Gibson nos haya enseñado a cómo evangelizar en los tiempos que corren.