La niñez

Autor: Adolfo Carreto                

 

No sé cómo se imaginan ustedes al niño Jesús. Yo, durante mucho tiempo, me lo imaginé de escayola. Muy bonito, pero de escayola. Gordito sin exagerar, pero de yeso. Casi ni podía tocarlo. Colocado allí, en su cuna, el cura lo recogía del pesebre y nos lo daba a besar. Teníamos que besarlo en la punta del pie, o a lo más, en la rodillita. Nunca en la cara. El cura limpiaba cada uno de los besos que íbamos dándole y yo, en aquella época, no comprendía cómo un beso, y más dado al niño Jesús, pudiera contaminar.

     Luego, cuando el niño había salido ya del portal y de la persecución de Herodes, me lo imaginaba quietecito, siempre en brazos de su madre, sino riéndose a carcajada limpia, sí esbozando una sonrisa muy a lo hijo de Dios. Quiero decir con esto que el niño Jesús estaba un poco distante, o lo habían puesto distante de mí, cuando yo era niño..

     Ahora no. Ahora me lo imagino como mi hija: a ratos risueño, a ratos llorón, peleando por corretear por el piso, por llevarse todo a la boca, tirando al suelo lo primero que agarra y haciendo esa mueca de disgusto cuando le dices ¡eso no!.

     Me lo imagino también en el momento de salirle sus primeros dientes, y en la alegría de José y María cuando descubren que el primero ya rompió la encía. Y en la preocupación de José y María cuando tienen que correr con él, no porque los soldados de Herodes pueden arrebatárselo, sino porque la fiebre le ha llegado a 38,5. Es decir, ahora me lo imagino niño de verdad, con sus locuras infantiles y con sus rabietas egoístas. Esto es: un niño como Dios manda. Lo más alejado de un niño de escayola.

     Tremendo tuvo que serlo. Ya a los doce años dio un desplante a sus padres, eso que hoy diríamos “una mala respuesta”. Era un niño de “carácter”. Y no podía ser de otra manera: ya de mayor puso todo su carácter a valer y dijo cosas tan duras como aquello de “raza de víboras”, y actuaciones tan violenta como aquella de “echar a latigazos a los ladrones del templo”.

     ¿No se lo imaginan jugando con los niños? Yo sí. ¿Y no se lo imaginan pegándose con ellos?. Yo sí. ¿No se lo imaginan escondiéndose de la vista de sus padres cuando estaba haciendo algo que podía ser prohibido?. Yo sí. Y si hubiera estudiado como estudian hoy nuestros pequeños, ¿no se lo imaginan acaso con una nota mala en la boleta?. Pues yo sí.

     Y es que si desprendemos todas estas cosas de los niños, de cualquiera de los niños, estamos matando, falsificando, distorsionando a la niñez.