La Mona Lisa

Autor: Adolfo Carreto          

       

              Le ha pasado lo que nos pasa a todos: el tiempo la ha deteriorado. Y es que el tiempo no perdona. O sí, nunca se sabe. Quizá lo bueno del tiempo es que a cada quien lo ubica en nuestro lugar, nos hace mirar en el espejo que nos corresponde, nos dice que las arrugas hasta pueden ser bellas, aunque nos resistamos a ellas, nos dice que todo se acerca, y peor para quien no quiera aceptarlo.  El tiempo es implacable: es la medida que se nos ha concedido a nuestra existencia, es el alerta que nos pone en nuestro sitio, es la única verdad que nos alerta. Así que deberíamos estar agradecidos a todo tiempo pasado pues es el termómetro que nos preanuncia el tiempo que falta.

     La Mona Lisa a pesar de su vejez, unos cuantos siglos encima, más de 500 años, continúa sonriendo con esa sonrisa eterna que, por enigmática, nadie entiende. Dicen que se trata de una sonrisa misteriosa, que no se sabe de donde proviene, que no se sabe por qué está ahí. Quizá ese sea el embrujo.

     Hay quienes afirman que la Mona Lisa es mitad mujer, mitad hombre, esto es, que es todo o es nada. Posiblemente sea una síntesis que oscila entre la pregunta y la respuesta, entre la satisfacción y la carcajada. Quizá seamos nosotros mismos observándonos a nosotros mismos, satisfaciéndonos de nosotros mismos, cumplimentándonos a nosotros mismos.

     Si la Mona Lisa no fuera por la sonrisa, por esa sonrisa, no sería  la Mona Lisa, es decir, no sería la exhibición, el lugar del encuentro, la pregunta con que ella a todos nos pregunta, y la pregunta con que todos le preguntamos.

     Quienes la cuidan en el Louvre de París, que son los curadores, y a donde regresó después de que alguien la secuestrara en 1911, durante dos años, sienten cierta preocupación por su estado de salud. La están sometiendo a cuidados intensivos, como si se tratara de alguien que no puede morir por esa eternidad que conserva en la sonrisa. Pero a todos nos llega nuestro tiempo, y a una obra de arte, por mucho que la haya pintado Leonardo Da Vinci, ese que ha vuelto a ponerse de moda no por ser pintor sino por idear un código secreto y novelesco, también. Ya están acomodándole una habitación especial para que continúe sonriendo a sus admiradores desde su encierro entre vidrios. Es decir, la van a proteger, encerrándola, como si se tratara de una intrusa. Y es que eso es esa sonrisa: una sonrisa intrusa, una sonrisa que se niega a envejecer a pesar de más de 500 años sonriendo. Que ya es tiempo.