La meritocratica

Autor: Adolfo Carreto

          

He leído que vivimos en una sociedad meritocrática, y que este fenómeno está condicionando toda nuestra estructura social y personal. Lo que significa, entre otras cosas, que para competir necesitas tener un papel, un título, el cual te diga que estás en condiciones de competir. La meritocracia significa que sin el mejor currículo no eres el mejor, que sin la mejor edad no eres el mejor, que para ser el mejor no es solamente necesario serlo sino, y sobre todo, parecerlo. Da la sensación de que hasta para ser el mejor-malo, el mejor-salteador, el mejor-asesino, el mejor-estafador, el mejor-corrupto, el mejor-terrorista, necesita papeles que lo avalen. Es decir, que sin título no funcionas, no vas a ninguna parte, careces de méritos, para lo bueno y para lo malo, y por ende engrosas la estadística de lo inservible, que muy bien puede traducirse como engrosar la lista de los desempleados.

     Claro, se entiende que esto rige para los países y ciudadanos que pueden tener títulos universitarios y el resto de los requisitos, no para los tercermundistas, que no tienen ni para comer ni donde caerse muertos. Lo vemos a diario por televisión, así que no es metáfora. Para éstos, eso de la meritocracia de la sociedad abundante y occidental  es un lujo imposible e impensable.

     Esto de la ideología de la meritocracia nos está empujando hacia la ideología del desánimo, de la frustración, del papeleo innecesario y absurdo, de la deshonorabilidad del documento certificado. En otras palabras: del complejo educativo, el cual afecta a la sociedad, a los estudiantes y, sobre todo, a los modernos padres de los estudiantes, los cuales, según el sociólogo Mariano Fernández, los padres están convencidos de que lo mejor para que los hijos puedan competir es acaparar conocimientos y títulos académicos.

     Tres cosas me llaman la atención de esta observación sociológica, con la que, de antemano, estoy de acuerdo: competir, acaparar y títulos. Se me antoja que se trata de los tres sagrados requisitos que exige el currículo meritocrático. Y aunque en principio los tres pueden ser loables y por ende defendibles, cada cual puede esconder un virus que a la larga desata la enfermedad.

     Toda competencia es buena, y digna, siempre y cuando se realice en buena lid, sin trampa. Todo lo que sea superación no solamente es deseable sino exigible. Todo lo que certifique un conocimiento, una destreza, es una garantía. Pero no enfermizamente. Competir no quiere decir destrozar al contrincante, como sea, porque me estorba. Acaparar conocimientos no necesariamente es saber digerirlos: acaparar es intentar que lo que yo tengo sea solo mío y exclusivamente para mi beneficio, lo que normalmente se traduce en para el desmedro de los demás. Y poseer varios títulos universitarios sólo por tenerlos es una enfermedad moderna que no entiendo. ¿Para qué tantos títulos si ninguno de ellos me proporciona la garantía de ser quien soy y de hacer lo que debo?.

     Sí, los padres de hoy día estamos confundidos con la educación de nuestros hijos; ya no les inculcamos a educarse en lo que ellos desean sino en lo que a ellos pueda servirles, pueda serles útil. Pero me temo que esta segunda opción no cubre los objetivos. Así que esta sociedad meritocrática debería basar su ideología educativa más en los valores que en los temores. Quizá así la educación programada sirviera para algo más.