La indigestión

Autor: Adolfo Carreto      

   

La sociedad moderna ha sido diseñada para el consumo. Nada tiene sentido si no es el de consumir. No solamente de eso vivimos sino que, al parecer, para eso vivimos. La ley del consumo es la ley de la subsistencia moderna: si no se produce, no se consume, y si no se consume ¿para qué producir?. El trabajo de uno es para que el resto consuman y mientras más se consuma aparentemente más trabajo hay.
Todo está en función del consumo, y posiblemente deba de ser así, pues sin el consumo no se satisfacen las necesidades, que bastantes hay, y sin esta satisfacción la vida languidece y carece de posibilidades.
Ciudades para el más variado consumo, des el consumo de la diversión más o menos necesaria, más o menos estruendosa, más o menos impredecible, hasta el deporte para el consumo, ni siquiera para la diversión, para un consumo que se llaman Rolando, Ronaldinho, Figo, Beckam y otros galácticos. Consumo por calles y avenidas, repletas de vallas y todo tipo de reclamos para el consumo. Consumo en las pasarelas, con todo tipo de extravagancias y atuendos para vestirse o desvestirse. Consumo electrodoméstico para todos los gustos. Consumo, en fin, para cada necesidad o para cada capricho.

Dicen los entendidos que el consumo no solamente no es malo sino necesario, y precisan que el problema reside no en el consumo sino en el apetito consumista, el cual puede convertirse en un desordenado apetito y ahí es donde está el quid de la cuestión. De hecho, según el Informe sobre el Estado del Mundo en 2004, emitido por el Instituto Worlwath, “el aumento del consumo ha ayudado a atender necesidades básicas y a crear fuentes de empleo”. Tal así que más de mil setecientos millones de personas ingresaron durante gran parte del siglo pasado a la clase consumista, lo que implica una mejora de vida, al menos en lo material.

¿Dónde se encuentra, entonces, el problema?. Pues, según dicho Informe, “el apetito consumista que existe en el mundo no sólo ha perjudicado por igual la vida de ricos y pobres, sino que mantiene un ritmo insostenible con resultados graves para el bienestar de los pueblos y del planeta. En este siglo el apetito consumidor sin precedentes destruye sistemas naturales de los que todos dependemos y hace aún más difícil que los pobres satisfagan sus necesidades básicas”.

Así que ya sabemos, a consumir, que no es malo, pero no a devorar todo lo que se nos ponga por delante porque los empachos causan indigestión.