La Iglesia y la droga

Autor: Adolfo Carreto              

    

El problema de la energía nuclear, concretamente la atómica, igual que el de la droga, son dos de los indicativos más escalofriantes por los que en la actualidad atraviesa nuestro mundo. Uno y otro no responden a configuraciones geográficas: han copado ya la escena total. Cualquier desastre nuclear, en cualquier parte del mundo, afecta al resto; a unos más directa e inmediatamente; a otros, a largo plazo, aunque no con mejores resultados. Con la droga ocurre otro tanto: “no existe un país que en la actualidad permanezca inmune a este moderno azote, tanto en el Este como en el Oeste, en los hemisferios Norte o Sur, en los países pobres o en los ricos”, ha diagnosticado el Papa.

     El hecho de que el consumo de droga se concretice más en la juventud, las repercusiones de este consumo atentan contra toda la familia, de ahí que los padres, hijos, hermanos, amigos, sin distinción de edades, sufran en carne propia los efectos producidos en su cuerpo, y en su espíritu, por los consumidores.

     Las políticas que se vienen llevando a cabo en los países para mitigar al menos este azote todavía no parecen proporcionar los resultados anhelados. Según el Papa, “desgraciadamente existen indicativos de que esta humana tragedia está empeorando fuertemente: a)Las drogas ilegales son producidas en cantidades siempre creciente. B)El tráfico ilícito de drogas que producen rendimientos inmensos continúa desenfrenado. C) El carácter del abuso de la droga, ampliamente extendido, que, aún cuando está concentrado en su mayoría entre los jóvenes, está también arraigado en todos los niveles de la sociedad moderna, en las áreas rurales como en las urbanas, entre hombres y mujeres, entre razas y culturas”.  No es exagerado afirmar, entonces, que éste ha sido el gran logro de la globalización o, si se quiere, una de sus grandes consecuencias.

      Parece descorazonador el diagnóstico del Pontífice, pero es terriblemente realista. La Iglesia afronta el problema no solamente en aquello que tiene de desintegrador social, y concretamente familiar, sino también en aquello que tiene de desintegrador espiritual.

    La educación contra la ideología de la droga no debe limitarse a dramatizar los peligros personales que ésta trae anexos. La educación contra la ideología de la droga deberá enfocarse en un sentido más amplio, más totalizante: la educación contra las formas sociales que promueven las evasiones, cualquier tipo de evasión. Porque, si es absolutamente cierto que la llamada “droga dura” desequilibra física y psíquicamente, no es menos cierto que todo tipo de droga, así no sea química, entorpece el equilibrio moral de las personas y de las sociedades.