La desconfianza

Autor: Adolfo Carreto          

 

     Le ocurrió a Ernest Hemingway. Se dirigió con uno de sus primeros manuscritos a un editor y éste, luego de leerlo (o no leerlo, porque esas cosas de los editores nunca se sabe), y le dijo que no,, que aquello no era publicable, que no tenía madera para escritor, que carecía de garra, que la editorial no podía arriesgarse con un primerizo, y que lo mejor que podía hacer era dejar a un lado la pluma y dedicarse a otra cosa.

     Nos imaginamos que Hemingway saldría bastante desconsolado del despacho del editor, aunque no desconfiado de sí mismo. No solamente no abandonó la pluma sino que se dedicó a ella con más ahínco. Y ahí lo tenemos: de escritor nóvel y rechazado a escritor Premio Nóbel y ensalzado

     Y es que, cuando uno comienza, sea en lo que sea, tanto en la escritura como en el ejercicio de cualquier profesión, la desconfianza de quienes transitan peldaños más altos que uno se ha convertido casi en dogma. Se olvidan quienes están en lo alto que antes ellos fueron noveles, primerizos, principiantes, y se olvidan que también ellos tuvieron necesidad de rogar; si ahora están donde estàn es porque en ese primer momento se les concedió una oportunidad. Y supieron aprovechar porque tenían razones para confiar en sí mismo. Tenían no solamente técnica aprendida sino vocación y ganas de triunfar en ella.

     El caso de Ernest Hemingway no es único. Grandes pintores, poetas, músicos y profesionales en general fueron rechazados en un primer intento. Cuentan que a garcía Márquez algún entendido lanzó por la ventanilla de un vehículo las páginas manuscritas de Cien Años de Soledad por carecer de interés. Rechazados en el primer intento, en el segundo, puede que en el tercero. Pero la confianza en sí mismos pudo más que la desconfianza de los otros. Y ahí los tenemos hoy, convertidos en genios, convencidos en insustituibles a pesar del primer rechazo.

     Valga este comentario para resolver esas dudas que con tanta frecuencia y hasta desesperación nos formulan algunos estudiantes ya próximos a finalizar sus estudios universitarios: “¿Me van a dar puesto de trabajo?”.

     Puede que al principio haya un rechazo, o dos, o más. Pero la confianza en uno mismo siempre pesa más, y sale airosa, ante la desconfianza del resto. Si así no fuera ni Ernest Hemingway ni Gabriel García Márquez hubiesen sido premios Nóbel. Así que no somos lo que los demás piensan que somos sino lo que realmente somos. Y eso, que es nuestra fruta, siempre termina madurando.