La culpa

Autor: Adolfo Carreto         

 

     Según el Informe del último Anuario Pontificio, que edita anualmente la Santa Sede con el fin de dar a conocer cuantitativamente la realidad mundial de la Iglesia Católica, la conclusión es que las cosas, al menos en cifras, van bastante mal. La primera conclusión que sale a la vista es que la Iglesia católica se ha desoccidentalizado. Lo que parecía patrimonio, al menos de Europa, ha dejado de serlo. Lo hemos escrito en múltiples oportunidades: Europa ha pasado a ser país de misión, y los nuevos misioneros han de proceder de África, Asia y Latinoamérica, algo que hasta hace muy poco tiempo era realmente insospechado. Se me ocurre una sospecha: ¿estarán preparados anímicamente los europeos para ser adoctrinados en la fe por africanos, asiáticos o latinoamericanos?, es decir, por esos compatriotas de quienes, inclusive clandestinamente, intentan colarse en Europa como inmigrantes para lograr mejor vida?

     Tanto en América del Norte como en Europa apenas se registran vocaciones. Existe una disminución en estos continentes de un 20 por ciento. Y esto, evidentemente, debe de tener alguna razón. Los escándalos últimamente divulgados no deben pasar por debajo de la mesa, y el tratamiento que la jerarquía eclesiástica les ha dado, sobre todo en Norteamérica, tampoco. Uno piensa que el único valiente a este respecto ha sido el actual Pontífice, quien no ha tenido empacho alguno condenándolos pública y drásticamente, mientras que algunos prelados, sobre todo norteamericanos, han intentado la excusa y el silencio. También las compensaciones económicas a los afectados para que los casos no vayan a los tribunales y, por ende, para que no se airee el escándalo.

     Por supuesto, esta no es la única razón, pero quien niegue que no es una razón de peso para alguien que quiera ingresar al servicio de la religión es que no acepta el pecado, y quien no acepta el pecado no puede aspirar a la gracia.

     Es curioso que las sociedades más ricas sean las menos proclives a la religión. Es curioso que donde más abundancia hay, pareciera que la religión es más rechazada. O, si no más rechazada, al menos sí más indiferente. Da la sensación de que la religión es innecesaria para su bienestar, porque el bienestar, pareciera, no lo proporciona la fe sino la abundancia.

     Algo está pasando y me da que no hemos aprendido las nuevas necesidades de los creyentes y las nuevas formas para evangelizar; tampoco hemos aprendido los nuevos signos de los tiempos y la nueva forma de la Iglesia de estar en el mundo. Da la impresión de que los jerarcas católicos tienen miedo a confesarse, es decir, a realizar un propósito de enmienda institucional, a aceptar todo aquello que ha sido equivocación, como equivocación. Lo cierto es que algo hay que hacer y solamente puede hacerlo quien debe hacerlo. Echar la culpa a terceros no parece ser un buen signo evangelizador.