La chinita

Autor: Adolfo Carreto

          

Todas las Vírgenes han adoptado nombres cariñosos, unos más solemnes que otros, pero todos cariñosos. Hasta los nombres dolorosos, como Virgen de las Angustias, poseen un toque de dolor acompañado, que es la suprema muestra de cariño. Suelen adoptar también el nombre del lugar donde dicen se hicieron presentes, donde se descubrió su influjo; esto es, donde, en una forma u otra, se han manifestado: Lourdes, Fátima, El Pilar, El Valle, etc., etc. Esta Virgen nuestra, maracucha, de Maracaibo, tiene nombre del lugar, diminutivamente cariñoso y campechanamente familiar. No es ni siquiera, y con todos los respetos, la Virgen; es La Chinita. Vamos, la de los ojos achinados. Vamos, la de los ojos indígenas.

     Aconteció así: ... érase el año 1749, un día tranquilamente sosegado del mes de noviembre. El Lago mecía sus ondas como se mece una cuna, con suavidad, con tranquilidad. Algo, acunándose, se recostaba en sus aguas. Una tabla. Pequeña. Lisa. Casi insignificante. Nadie le hubiese prestado atención, ya que el lago está acostumbrado a traer y llevar tablas en su vaivén.

    En aquellos tiempos, el truco del progreso no había cambiado las aguas cristalinas del Lago por las lavadoras automáticas, y a él acudían las mujeres, a eso de la madrugada, cuando el sol no se había hecho aún candela pura, a jabonar sus ropas. Y allí estaban las mujeres, lava que lava, contando chismes, apurando la faena para ganar tiempo al calor.

     Entre las lavanderas había una más anciana, la cual reparó en la tablilla. La rescató del agua y la guardó, no porque viera en ella algo especial sino porque le servía para tapar la tinaja del agua de su casa. Y sobre ella la colocó.

     La tablilla no se resignó a servir solamente de tapadera de tinaja, su truco consistió en mancharse, para que la anciana reparara nuevamente en ella. Y reparó. Comenzó a limpiarla y fue entonces cuando la mujer descubrió que la tabla no era lisa, sino que en su superficie iban apareciendo rasgos de una Virgen. ¡Era la imagen de una Virgen!

     La imagen de una Virgen no es para estar sobre la boca de una tinaja, así que la anciana la colocó en lugar más reverente. Al poco la casa comenzó a vibrar. Toda ella se iluminó con los rayos de luz que fluían de la tablilla. Y se cantó el milagro. Y los vecinos dijeron: “Es la Virgen. Tiene color mestizo y cara de india. Y nos mira como acariciándonos”. Y la tabla pasó de la casa de la anciana a la ermita de San Juan de Dios. Está en su casa. Todos los días, pero sobre todo el 18 de noviembre, los zulianos van  a hablar con ella. La llaman simplemente así, La Chinita, y dicen que a ella le gusta el nombre, porque no ha perdido jamás esa mirada acogedora.