Faye Dunaway

Autor: Adolfo Carreto         

 

 

     Aquellas películas eran de las de verdad. Se anotaban a un realismo un tanto crudo, es verdad, y nos hacían poner la carne de gallina. Parte de la culpa la tuvo esa actriz formidable, de belleza sin par, cautivante y cautivadora, cuyo nombre es Faye Dunaway. Faye ha quedado inmortalizada en muchas películas, pero sobre todo en aquellas de mi juventud: Chanatown y Bonnie and Clyde. Esta sobre todo. Todavía me suena la musiquita.

     He acudido hoy al archivo de Internet, que es donde hay que acudir porque se encuentra todo, para toparme con Faye. >Deseaba contemplarla a sus sesenta y dos años, pero no me han dado ese gusto. Quería leer su sonrisa relajada, su reposada madurez, su mirada hacia adentro, que es el infinito, porque eso es con lo que quiero toparme luego de que la famosa actriz ha decidido dedicarse a la vida religiosa. No me he topado con esta estampa, pero si con otra que la hace muy digna: una de sus entradas en el oropel de Hollywood. ¡Qué bonita!. ¡Qué bien puesta!. ¡Qué donaire en el sonreír!. ¡Qué porte en el caminar!. Era ya una Faye juvenilmente madura.

     En 1996 Faye decidió convertirse al catolicismo y abandonar los pasillos de la mesa del cine. Y no sé por qué, pero por algo será. El corazón tiene sus trucos. Cada cual sus misterios y los lee a su conveniencia. Que una mujer como Faye Dunawey abandonara los platós de rodaje cinematográfico, las fiestas necesarias de los estrenos, los romances inevitables, los vestidos y joyas imprescindibles por los retiros en los conventos y las oraciones concentradas, es algo que llama la atención, que causa asombro. ¿Por qué será?. Unos deciden abandonar el catolicismo y otros se refugian en él porque en él, dicen, consiguen la paz, la tranquilidad y hasta una alegría distinta a la alegría programada que ya se disfrutaba.

     Como estoy enterándome en estos días de inicio de la cuaresma, una vez pasados los carnavales, cuando el cuerpo intenta desbocarse para luego amarrarlo si no con la penitencia al menos con el reposo, me ha dado por la reflexión. Por la reflexión sobre Faye y su cambio de dirección, por la reflexión sobre lo que creemos éxito y termina resultando baladí, por el recogimiento que es tan necesario como necesaria es la playa de vez en cuando. Faye Dunawey quiere pasar sus últimos días  sumida en el recogimiento y la oración. ¡Por algo será!. Y estoy convencido de que va a pasarlo mejor que cuando su exuberante belleza rubia la hacía corretear por la imaginación de todos los que la hemos admirado y continuamos admirándola. ¡Posiblemente ahora más todavía que antes!.