Fantaseadores

Autor: Adolfo Carreto          

    

A los escritores raramente se les hace caso. Sus ideas son consideradas como producto de un reino abstracto, el cual poco parece tener con el sufrido reino de este mundo. Igual se les llama “idealistas”, “fabuladores”, que profetas del desastre. Si acaso son tenidos en cuenta, es después de que la profecía irremisiblemente se cumple. Son loados entonces post mortem y, hasta en ese momento, con suspicacias.

     No obstante, los escritores no andan sumidos en ese nebuloso mundo de la irracional fantasía. Su fantasía suele tener un arraigo muy profundo en la cotidianeidad, aunque no lo queramos reconocer. Perogrullada parece traer a cuento una vez más de “sembrar el petróleo”, por colocar la frase trillada por estos pagos, cuya autoría es del gran escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. Cabría destacar muchas otras, pero una, sobre todo, viene muy a cuento para los tiempos que corren. Es de Samuel Jonson, y la escribió así: “La verdadera prueba para una civilización es la manera como atiende a sus pobres”. De ahí que podamos afirmar que los pobres son el termómetro que mide, más que la sensibilidad circunstancial, la grandeza o la miseria del alma de la sociedad.

     El diagnóstico de Jonson es una terrible condena hacia nuestro tiempo. La Iglesia católica también ha despertado resaltando tal verdad. Nada más significativo que ese empeño de una nueva evangelización que propugna la “opción preferencial por los pobres”. Que esta nueva forma de pastoral católica se lleve a cabo tal cual programa el eslogan es harina de otro costal, pero lo que sí aparenta claro es que “oficialmente”, tal conciencia ha sido asumida. Lo que parece no haber caído bien en ciertos sectores de la sociedad.

     Estamos no ante casos circunstanciales sino ante el diario, repetitivo, reiterativo, escalofriante y desgraciadamente rutinario caso de millones de niños “victimas de las políticas económicas de muchísimos gobiernos, de los que se auto proclaman desarrollados y de los descalificados como negligentes, subdesarrollados, corruptos o como quiera llamárseles. El peso más duro de la crisis está recayendo en los cuerpos, y en las mentes en crecimiento de los niños en los países en desarrollo. Terrible mensaje para quienes habría que formular el famoso interrogante evangélico: “¿Quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?”.

     La conclusión luce simple: andamos mal en eso de la civilización. Razón tenía el escritor: “La verdadera prueba para una civilización es la manera como atiende a sus pobres”. A no ser que sigamos pensando que tal apreciación no es más que una frase bien hecha por un escritor de fantasías.