El rosario al cuello

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Si a mí me quitan mi crucifijo del cuello, no ando por la vida, en serio. Desde pequeño me pusieron al cuello un escapulario de la Virgen del Carmen que, me aseguraron, me protegería por la vida; y pienso que me ha protegido. Del escapulario pasé a la medalla y de la medalla al crucifijo. Rosarios nunca los he llevado al cuello, es verdad, pero también es verdad que tengo uno, grandote, de quince misterios, confeccionado con el fruto del ciprés, y yace en mi cabecera. Así es que duermo al amparo del crucifijo del que jamás me desprendo, y del rosario, aunque solamente sea de quince misterios.


Viene todo esto a cuento porque está estandarizándose el uso del rosario al cuello, y para que todos lo vean. Los culpables, al parecer, son la cantante norteamericana Britney Spears y el futbolista del Real Madrid, británico, David Beckham. Y como celebridad es celebridad, la imitación cunde. Según la dueña de una joyería londinense, los rosarios “definitivamente están muy de moda y son vistos como una joya bonita, no como un objeto religioso”.


Y esto es precisamente lo que preocupa a la iglesia católica británica: que se convierta al rosario en una joya. Bueno, los símbolos religiosos, sobre todo los cristianos, siempre han sido convertidos en joyas, y de los más altos quilates. No hay más que ver no ya las coronas de los papas sino las coronas de los reyes, por ir a lo más alto, y no hay más que ver la cantidad de regalos, recuerdos, reliquias que se han fabricado y se vienen fabricando para ser exhibidos en lugares que merece la pena: bien sea la sala de la casa, bien sea la hornacina de la entrada del hogar, bien sean los museos de todo tipo. Termino de visitar en Madrid a un anticuario con verdaderas joyas de arte religioso, tallas de vírgenes y santos, crucifijos de auténticos orfebres y de valor comercial, y que todo huele a haber estado en otros lugares más sagrados, para ser compradas por quien a bien lo tenga. Pues tendremos que condenarlo también.


Es verdad que los denunciantes aclaran que quienes utilizan estos símbolos religiosos como adornos “no están haciendo nada malo o descarrilándonos, sino que siento que la gente los esté usando como accesorios de moda y no estén conscientes de su significado”. Pues muy bien, ¿a quién le pertenece este tipo de educación religiosa: al estado, al joyero o a los auténticos responsables de la educación? ¿Y qué si ahora, por culpa de Beckham, no dejan a los muchachos y muchachas que lleven rosarios al cuello entrar en clase en esos reinos laicos franceses, ingleses y españoles? Dicen que dijo Leonardo Da Vinci: “Nuestras mayores tonterías pueden ser muy sabias”.