El placer de apagar

Autor: Adolfo Carreto          

 

Aconteció en Alemania y el protagonista fue un joven, diecisiete años solamente, de profesión bombero. Una profesión muy de moda precisamente ahora, cuando arde el mundo por todos los costados. Precisamente ahora, cuando las inundaciones arrasan por doquier y el mundo queda a la intemperie, desnudo. Precisamente ahora, cuando los piromaniacos abundan, y los matones de la naturaleza andan sueltos y a su aire.

     La mayor preocupación de este joven bombero alemán era el estar inactivo, en no poder poner a prueba sus dotes de lanzar agua para aniquilar el fuego, confundirse con las llamas, escalar hasta la ventana más alta para salvar a quien hubiera que salvar, fuera quien fuera, en no hacer todo lo que normalmente, y aún a costa de la vida, realizan los bomberos.

     Y como no había incendios de consideración en la localidad alemana donde ejercía, se puso a cavilar, y los inventó. Un bombero inventando incendios. Dice la noticia que llegó a organizar hasta diez incendios en solamente seis semanas para calmar su sed de “apagador”, para estimular a su instinto de salvador. Primero incendiaba. Luego, manguera en mano, a apagar gozando.

     Evidentemente, se trata de un caso de enfermedad piromaniaca. Se me antoja pensar que entre nosotros hay muchos que padecen de esta enfermedad. No bomberos, afortunadamente, pero sí personajes ajenos a esa riesgosa profesión.

     Los hay, porque no podemos dejar a la casualidad, al azar, tantas y tantas gigantescas hogueras repartidas por todo nuestro mundo. Las guerras preventivas, se me antoja, son una manía piromaniaca, bajo el argumento de salvar matando. El hambre otra de ellas: primero provocar el hambre, luego la limosna para remediarla.

     Piromaniacos los hay, y quizás no sepan que son ellos, lo cual implica que jamás se sentirán culpables, todo lo contrario, salvadores, benefactores de la humanidad, redentores de los pueblos: arrojar una colilla cuando se sabe que puede provocar un incendio es igualmente de peligroso que lanzar un ultimátum cuando se sabe que la respuesta va a ser un atentado.

     Si la naturaleza nos proporciona mucho, muchísimo placer, absténgase usted del placer de quemarla. Puede ser que algún día las llaman lleguen hasta sus pulmones.  Esta vocación del joven bombero alemán de ser salvador ante un fuego inexistente se me antoja parecida a la vocación de los políticos que fuerza, a base de guerras, hacer un mundo a su medida.