El lenguaje del bebe

Autor: Adolfo Carreto              

    

 He leído en estos días que los niños, antes de aprender a hablar, nos hablan. La verdad, hace tiempo me había percatado. Primero, cuando nació mi primera hija, luego cuando nació la segunda. Ahora cuando nació mi sobrino.

     Cuando nacen los niños el hogar se llena de otro código, tanto que nuestro vocabulario se ciñe al vocabulario del pequeño, nuestros gestos, que son el lenguaje que ellos manejan a la perfección (ellos, los niños que todavía no “hablan”) se van acomodando a sus gestos.. O nuestros gestos a los de ellos, quién sabe.

     El niño posee un mundo de signos comunicativos en todo su haber; sobre todo para expresar el amor que sienten y que desean que sintamos. Y aunque a los niños comenzamos hablándoles con palabras, y no precisamente rebuscadas sino normales, con esas mismas palabra que utilizarán para comunicarse cuando aprendan a articularlas,  estamos perfeccionándonos en el código de los gestos.

     Sus ojos, sus manos, sus movimientos, su forma de colocar los labios, su forma de caerse en sus primeros pasos y reírse de la caída cuando nosotros le quitamos importancia al golpe, o de llorar cuando nosotros nos agitamos, su insistencia en apuntar con la mano hacia aquello que está arriba y no pueden alcanzar, su risa picarona cuando estamos acomodándonos para salir a la calle (porque saben luchando vamos a salir a la calle), su corretear hacia el teléfono cuando el teléfono suena, o su insistencia en tirar de la falta de mamá o de los pantalones de papá cuando el timbre insiste... no son más ni menos que algunos de los resortes de comunicación de los cuales disponen los niños para hacerse entender, a veces sin que nosotros los entendamos.

    Por ahí transita el lenguaje: claro, diáfano, y hasta estruendosamente significativo a veces. Porque cuando los niños tiran con rabia esa cucharilla, ese adorno que mamá dejó olvidado sobre la mesa, o ese estirón de pelo que proporcionan a sus compañeritos, es simple y llanamente, lenguaje.

     Los niños, sin hablar, hablan. Pero, sobre todo, nos hablan. No hay madre que no entienda la mirada de su hijo. No hay padre que desconozca la cara de fiebre. Y se me antoja que en la sociedad ocurre lo mismo. Muchas personas en calidad de desasistidas continúan hablándonos diariamente pero lo que ocurre es que nos cuesta escucharlas. O preferimos no escucharlas. Hemos renunciado al lenguaje del bebé.