El inventor del nacimiento

Autor: Adolfo Carreto

          

     Allá, en Italia, recostados pueblecitos descansan su invierno a la falda de los Apeninos. La nieve cubre las crestas empinadas y llega hasta los caseríos. Las chimeneas humean su calor de familia. La piedra de construcción  no es lo suficientemente gruesa para impedir la entrada de la helada. Las familias  refugian su nocturno comentario a las llamas de la lumbre que caldea la cocina. Es el siglo XIII.

     Francisco de Asís ya ha comenzado su revolución de la pobreza. Ha dejado atrás su vida de buen comer, buen beber, buen vestir, buen trasnochar, buen despilfarrar las ganancias acumuladas de su padre. Francisco de Asís se ha hecho con unos cuantos amigos y ha comenzado a vivir como vivían los que nada tienen. Comenzó a amar a la naturaleza, comenzó a llamar hermanos a los árboles, a los animales, a las flores que hoy lucen color y mañana se marchitan, y ha comenzado, sobre todo, a llamar hermanos a sus hermanos, los hombres. Y ha inventado, sumido en su natural fantasía, una Regla, unas normas para que sus compañeros, pobremente, acepten vivir en la pobreza, predicar la pobreza, desafiar a la riqueza, desafiar al poder mostrando solamente lo que ellos son y lo que ellos hacen, sin malgastar palabrería revolucionaria Francisco de Asís es el hombre que, con otros, prolongándose a través de los siglos, consiguió dar valor esencial a aquello que parecía sin valor: la pobreza, la nada.

     Y fue a este hombre, a este Francisco hermano de la naturaleza, a quien se le ocurrió la idea. Se aproximaban las fiestas de navidad, concretamente el 24 de diciembre, y había que restablecer la estampa en la que, hacía muchos años, allá en belén, tierra de Judá, nació Jesús, de madre Virgen y en casa ajena.

     Esta era la idea: revivir el momento, volver a mostrar el acontecimiento, poner ante los ojos del pueblo el cuadro plástico más impresionante de todos los tiempos: el momento que representa el nacimiento de Jesús. Francisco, para hacer visible este acontecimiento, necesitaba una madre, María, un padre, José, una cueva donde los pastores refugiaban a su ganado, unas ovejas, unas pajas, pastores y, por qué no, unos reyes que, según la tradición, vinieron desde Oriente para rendir pleitesía al rey de los judíos. Como, según la tradición, vinieron en camellos, tambièn se necesitaban unos camellos, camellos que, creemos, no usó francisco de Asís en su original representación, pero que luego, cuando el Nacimiento dejó de ser “vivo”, los añadió la imaginación popular. Se trataba de un nacimiento viviente, porque hasta el pequeño Jesús era un niño del pueblo.