El hambriento del siglo XXI

Autor: Adolfo Carreto          

    

     El siglo XXI viene signado por la contradicción: la desbordada riqueza y las desbordadas miseria y desnutrición. El siglo XXI ya no es el futuro: lo estamos transitando. ¿Qué nos anuncia este siglo XXI?. Entre otras cosas, que sólo el 20 por ciento de los más de 450 millones de latinoamericanos no vivirá en el campo. Latinoamérica, por lo mismo, va convirtiéndose en un continente de vida urbana o, lo que algunos vaticinan, infrahumana. Un continente de vida sumergida.

     Los campos lucirán despoblados. Las ciudades se rodearán de miseria y los gobiernos se verán incapacitados para atender a esa enorme masa humana que terminará amenazando a la sociedad con su hambre y su desesperación. El campesino no dará abasto para cosechar para él y para el resto de las personas que se han refugiado en las ciudades. ¿De dónde llegará, entonces, la comida?.

     Es obvio que todos nuestros gobernantes tienen a mano estos datos, y que todos sus analistas sabrán interpretarlos adecuadamente, dejando de lado la demagogia política. Me imagino que los empresarios deberán saber planificar sus producciones para que esa enorme cantidad de personas  pueda adquirir no lo que desee sino lo que pueda. Me imagino también que los líderes religiosos estarán haciendo caso a la Conferencia Episcopal Latinoamericana, cuando afirmó: “Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aún escarnecida. Es asó cómo los pobres son los primeros destinatarios de la misión, y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús”.

     Nuestras naciones no podrán autoabastecerse, al menos eso es lo que todo el siglo pasado ha venido demostrando. Si esta lamentable realidad es así, sospecho que alguien debe de cambiar la actual estructura económica mundial.

     No sé cómo va a hacer el siglo XXI para soportar a tanto hambriento, y en los diferentes continentes, ni sé qué van a hacer los habitantes de este siglo para soportar todo este engranaje, incluido el engranaje espiritual. Porque, como ya se ha dicho, “¿cómo convencer a un desnutrido de que son cristianos quienes en cada jornada gastan para sí solos la plata con que se alimentaría una familia entera durante una semana?”. ¿Cómo convencer a cualquier hambriento, con o sin credo religioso, de que el resto de los seres humanos somos sus hermanos?.  Uno lo piensa y dan escalofríos, de verdad.