El Greco

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Tienen las pinturas de El Greco un algo especial que no se ve, pero se palpa, se siente, penetra. Tienen los cuadros de El Greco una teología pictórica que asombra, un matiz espiritual que sobrecoge. Lo de El Greco no es pintura para el adorno, es un libro abierto para la meditación. La pintura de El Greco no es decorativa, es sagrada; es para estar donde tiene que estar, en el lugar exacto, en el templo, casi en la oscuridad, en el lugar del más sobrecogedor de los silencios. Una vez visto el lienzo no queda más que cerrar los ojos para continuar viendo con más intensidad. Lo de El Greco no son figuras religiosas es el cristianismo convertido en figura. Lo de El Greco es la historia sagrada que no se cuenta, es el matiz que solamente una pincelada transparente puede visualizar. Lo de El Greco es la santidad de la pintura.

     Siento una debilidad casi enfermiza por este pintor. El ha pintado lo que nadie ha podido pintar, o no se han atrevido a pintar, o no han sabido pintar. El Greco no pinta cuerpos, pinta almas. Estiliza tanto sus figuras que se quedan sin ser figuras para ser atmósferas de un mundo que ya no tiene asiento en la materialidad de este mundo.

     A El Greco se le han inventado historias hasta de deformación visual. ¡Qué va!. Lo que ocurre es que el famoso pintor se inventó un mundo a su medida interior, a la medida de lo que él creía y como él creía. Los mismos tonos que imprime en sus lienzos han sido ideados con pinturas que son para pintar lo trascendente. Zurbarán pinta santos, sobre todo santos, también pinta Inmaculadas pero para Inmaculadas, Murillo. Zurbarán pinta Cristos, y también Murillo los pinta, pero es El Greco el pintor de los Cristos que suben al cielo ya desde la Cruz, porque no son Cristos crucificados sino Cristos con el alma presta camino hacia su lugar. Siempre el camino de El Greco está en lo alto, en un cielo desde donde irrumpe la luz, desde donde se llama para permanecer eternamente.

     Me he detenido ante los Expolios de El Greco, cuatro en total, los cuatro iguales y los cuatro distintos. He contemplado las Inmaculadas de El greco, numerosas por demás, y todas la misma y todas con detalles que las diferencian. He admirado los apóstoles y es como si no hubiera más que un apóstol, el mismo apóstol esperando a que le toque el turno. Es El Greco un pintor de la intemporalidad, y precisamente es por eso el pintor de la perennidad. Sus figuras, aunque estén ahí, en ese tiempo, son para otro tiempo, son para todo el tiempo, son para la vida eterna. Por eso todas ellas se alargan hacia lo alto porque es en el único lugar donde cabe tanto espíritu.