El deseo de que seamos felices

Autor: Adolfo Carreto         

 

 

No sé si lo que voy a escribir les parecerá “cursi”, pero prefiero continuar pensando en la Esperanza antes que en desastre. No puedo olvidarme de las guerras, de las masacres, de quienes, a sangre fría, calculadamente, ametrallan en el Medio Oriente, en cualquiera de sus orillas, a mujeres, niños, ancianos... personas.

     No puedo quedarme indiferente ante los niños que hoy, todavía hoy, mueren de hambre más o menos lejos de nuestra puerta. ¡De hambre!. ¡Hoy, que tanto malgastamos en derroche!. Prefiero no continuar hablando de los “desastres” para no aguar nuestras fiestas henchidas de esperanza. Pero aunque esto exista, prefiero continuar pensando en lo bueno, que lo hay, y mucho. Y pienso en ese niño nuevo, tan aparentemente diminuto, tan ciertamente indefenso, que es la gran esperanza de felicidad para nuestro mundo.

     A pesar de la contaminación, quiero pensar que esa flor virgen, primeriza, pujante, que se abre hoy y se llena lozana; en ese lirio campestre que “aunque hoy es y mañana no sea”, tiene ahora la virtud de regalarnos su multicolor belleza y su incomparable aroma. Y a pesar de las tragedias aeronáuticas, me inclino a pensar en el esfuerzo técnico humano que nos acorta la distancia y la intranquilidad del corazón para estar con la persona amada, con el padre lejano, con el amigo que se fue, o al menos, para que le llegue nuestra tarjeta.

     Y pienso que seguiremos intentando hacer una vida mejor. Por ejemplo: escribir un verso, sonreír, mandar una tarjeta de navidad, ofrecer un beso, aceptarlo, calmar el calor con un vaso con agua bien fría, tumbarnos en la arena de la playa un fin de semana, seguir el vuelo del pelícano, visitar a un amigo, reírnos con un chiste, distraernos ante la televisión, dar los buenos días, recibir una carta, contestarla, aplaudir a un cantante, saborear la música, el helado, la fruta madura...

    Sé que estas son... pequeñas cosas, pero me pregunto si la felicidad, la auténticamente verdadera felicidad, estará en los “grandes” acontecimientos o en los pequeños haceres cotidianos. Por quedarme, me quedo con lo pequeño, con lo rutinario que no daña, con lo que, sin llamar la atención, me hace ser atento.

     Todas estas pequeñas cosas completan el rosario de la felicidad. Por eso a los seres humanos, a mi al menos, nos quedan todavía ganas de desear felicidad,, de estampar esa frase tópico en una postal que llegue hasta el centro del corazón que la recibe. Una frase escrita a mano que sirva para adornar no sólo el árbol de Navidad sino el propio corazón de cada una. Una casa, cuando es hogar, en nacimiento; y en todo nacimiento nace la alegría de vivir, la esperanza de llegar, el deseo de prosperar.