El Cristo de Goya

Autor: Adolfo Carreto   

 

 

     Goya ha pintado a su Cristo sin aditamento alguno, tanto que prácticamente ni cruz tiene, sólo una cruz insinuada, como si lo importante no fuera el instrumento del suplicio donde Jesús fue ajusticiado sino el simple hecho de haber sido ajusticiado sin justificación.

     Goya ha suspendido a su crucificado en el espacio, en el tiempo, en la eternidad. Sus pies se asientan sobre el soporte que emerge del madero para que el cuerpo no se descuartice. Los brazos de la cruz no hacen falta para que observemos de dónde está colgado. Está colgado, y eso es suficiente.

     El dramatismo de el Cristo de Goya no se encuentra ni en los brazos excesivamente estirados por el peso del cuerpo hacia abajo, ni en las piernas excesivamente agarrotadas por el peso del cuerpo de arriba. El dramatismo del crucificado de Goya se centra en el rostro. Pareciera que Goya no quiere ver sangre en ese cuerpo, ni rastros de tortura material. Ni los latigazos han dejado huella en su torso ni se cumplió en el costado derecho el remedio de la lanza para un fallecimiento más rápido, para un alivio del momento postrero. El dramatismo ha sido concentrado por el pinto en el rostro del ajusticiado, un rostro que continuará ahí sin morir, pronunciando la última queja, realizando la definitiva pregunta.

     Efectivamente, el Cristo de Goya no está muerto. De su boca todavía fluyen lamentos, de sus labios aún emergen palabras buscando un por qué. ¿Será que pide explicación al padre de por qué lo ha abandonado?. ¿Será que ya de una forma definitiva le ruega que se cumpla su voluntad?. Y su mirada igual: esa mirada hacia el infinito, en procura de la eternidad, buscando la visión definitiva que en este momento postrero parece faltarle.

     El Cristo de Goya es un eslabón más de tuda su pintura, porque la pintura de Goya, casi toda ella, es tormentosa; un tormento que fluye del interior, igual da que sea en los Fusilamientos de Mayo en Madrid, o en cualesquiera de las pinturas negras, de los aquelarres plasmados en las paredes de la Casa de la Pradera, cerca del Manzanares, donde se refugió para pintar la soledad de su sordera y donde estampó todo su dolor interior y toda su agonía.

     Yo veo a este Cristo de Goya como un eslabón más del humano dolor que causa toda la incomprensión, inclusive la incomprensión que el artista sufrió en carne propia. ¿Será que Goya se ha pintado a sí mismo y ahí, en la cruz, esté preguntándose todavía el por qué de su destierro a Francia?. Dicen que Goya no pintaba a los demás sino que en los otros se pintaba a sí mismo. Puede ser.