El Cristo con la Cruz acuesta del Greco

Autor: Adolfo Carreto                

 

 

     Estos Cristos de El Greco llevando la cruz a cuestas son de una dignidad impresionante. Se trata de una cruz que no pesa, una cruz que Jesús porta acariciándola, sujetándola con esas manos y esos dedos halados que tampoco parecen terrenales. Una cruz de madera que no es de este mundo y que difícilmente está diseñada para que pueda sacrificarse sobre ella a una persona. Los Cristos de El greco no están ideados para sufrir sino para testimoniar, para dejar en claro que lo que está ocurriendo es un misterio divino, casi incomprensible, más que una insensatez humana, también incomprensible.

     Hasta la vestimenta de estos Cristos portando su cruz, no arrastrándola, son atuendos que no han perdido ni un pliegue de la dignidad de quien los porta. Da la sensación de que el gran pintor se niega a plasmar con sus pinceles el dolor absoluto; da la impresión de que el Greco se niega a aceptar que lo que está ocurriendo, ocurra. Pareciera que el Greco se empeña en inculcar que se trata de un camino hacia un estado mejor. Un camino que será borrado cuando el caminante, por obra y gracia de su espíritu, de su poder, resucite.

     Estos Cristos andantes de El Greco son luz perpetua en el rostro, en las manos, en la aureola de la cabeza, en el ropaje. Se trata de la transfiguración del momento,  de ese momento necesario pero perecedero.

     Ya se ha dicho, lo de El Greco no es exaltar la complicidades de este mundo sino los misterios y las grandezas del que viene. Todos sus personajes son almas camino de la eternidad, impulsadas por la gracia de la fe y auspiciadas por el misterio.

     Esta vida es un tránsito para el gran pintor, está claro. Su mirada siempre hacia lo Alto, sabiendo que es hacia allí donde se encamina su destino. Casi se le escapa una leve sonrisa, como si quienes le obligan a llevar esa cruz no supieran que están contribuyendo a que la promesa de redención se cumpla.

     La pintura de El Greco se ubica en otra realidad, en otra espiritualidad, yo diría que en otra teología. Desaparece el tenebrismo y emerge el misterio.  Se anula la fatalidad y fluye, en cada rasgo de su pincel, la luz, lo diáfano. Es el greco un pintor de toda mi devoción porque es un artista que no le da culto a la lágrima sino a la Esperanza.