El código Da Vinci o el código comercial

Autor: Adolfo Carreto         

 

 

Vaya por Dios, volvemos a las andadas, volvemos a dogmatizar la fantasía, volvemos a resquebrajar los sentimientos. Ahora ha aparecido El Código Da Vinci y la mesa de los dimes y diretes está servida. Sexo de por medio y venta asegurada. Falsificación del cristianismo y venta asegurada. La mentira como dogma y venta asegurada.

Por supuesto, se trata de una novela, y como novela al fin, ficción; pero como desde Julio Verne y otros ya todo es posible, ¿por qué no puede ser esta extravagancia de Don Brown, quien se ha lanzado por el barranco de la literatura escandalosa, de la literatura que ofende a millones de creyentes, por el panfleto planificado en departamentos de marketing, primero para ser leídos, luego para ser filmados y publicitados?.

Primera trama del argumento: Jesús de Nazaret y María Magdalena no solamente estuvieron casados sino que tuvieron una hija. Sólo falta ahora que nos muestren la partida de nacimiento de la criatura, y la partida de matrimonio de María de Magdala y Jesús de Nazaret escritas en un pergamino debidamente acomodado. Podían ahorrarse la primera, pues puesta a insultar a la sensibilidad cristiana ¿para qué un matrimonio de por medio?. ¿No sería mejor dejarlos a su aire, con hija incluida?. Total, serían unos grandes adelantados, puesto que ahora es lo que se lleva.

El segundo argumento de la novela tampoco desmerece: el cristianismo fue inventado por el emperador Constantino. Sumamente inteligente este emperador. Cuántas empresas multinacionales lo quisieran hoy día para sí, para poder perpetuar su producto más allá de dos mil años, que ya es decir.

La Iglesia, como institución, y a través de la historia, ha tenido no pocas equivocaciones, ha opinado y actuado indebidamente en no pocas oportunidades, ha prodigado escándalos, y continúa prodigándolos, de no poca monta. La misma Iglesia lo ha reconocido. Y, sobre todo en los últimos tiempos, cuando la distancia aclara las cosas, ha pedido perdón. Y también propósito de la enmienda. Algo que ni siquiera los gobiernos y los políticos más altaneros, con todos los descalabros que han protagonizado, lo han hecho.

Lo que realmente indigna es que cosas tan sagradas para millones de personas en todo el mundo, creencias que alimentan su vida y su esperanza, intenten ser vulgarmente decapitados por escritores que escriben para comercializar, ni siquiera con vocación de novelar. Aconsejo al señor Brown a que eche una ojeada a mis tres novelas: El Anuncio, El Profeta, La Huída, sobre la vida de Jesucristo. Le aseguro que no son pías, pero tampoco blasfemas.