El cine, articulo de consumo

Autor: Adolfo Carreto         

 

 

Cuando vamos al cine, ¿por qué vamos?. ¿Hemos chequeado la cartelera cinematográfica?. ¿Hemos seleccionado conscientemente entre las distintas películas que nos ofrecen?. Posiblemente nos den gato por liebre.

     Algunos pensaron que con la llegada de la televisión, y ahora con el auge de Internet, el cine experimentaría un descalabrado descenso. Realmente no ha sucedido así. El cine continúa su camino precisamente porque tiene un objetivo distinto al de la televisión y otros medios modernos, e inclusive al de otros medios tradicionales de distracción. El cine embruja no solamente por su contenido, también y quizá sobre todo, por su forma.

     El cine, en principio, es una ficción. Los espectadores acudimos al cine con el fin de distraernos. El hecho de salir de casa, desplazarnos hasta el lugar de la proyección y encerrarnos en un cuarto oscuro no deja de constituirse en una especie de rito completamente aceptado y querido. Cuando vamos al cine vamos a meternos conscientemente en otro mundo. Nos despojamos de nuestra propia realidad, arrinconamos nuestros tabúes, nuestros prejuicios y, sin más, consentimos en aceptar las imágenes de la pantalla en cuando algo ajeno a nosotros mismos.

     Aunque no es nuestra intención tratar en esta breve nota sobre la influencia de los mensajes cinematográficos en los cinevidentes, queremos, no obstante, señalar que el cine es un producto más de nuestra sociedad consumidora, que el cine es vendido como se vende un detergente, y que para ser consumido por el comprador, se utilizan las mismas técnicas de venta de cualquier artículo de consumo masivo; es decir, la publicidad.

     Los periódicos disponen de una parte destinada a la promoción de películas. Esta promoción es pagada por los distintos circuitos o por las salas cinematográficas interesadas. Por lo tanto, el mensaje de estas páginas publicitarias del producto película no es de responsabilidad exclusiva de los periódicos sino de quienes pagan a éstos para que tal publicidad salga.  Pero ¿qué es lo que dice esta publicidad?

     Por ejemplo, si una mujer, para ser mujer perfecta, necesita los calificativos de “electrizante”, “sexy”, “estremecedora”, capaz de dejar “mudos a los hombres” por su calidad de alto puntaje sexual, capaz de “robar el sueño de todo hombre enamorado” (¿enamorado de quién...?), y cómo sacian los hombres ese amor ¿consiguiendo a esta mujer que tiene un diez en el estándar de la calificación sexual?. No es aventurado afirmar que la sala de cine que proyecta esta película, según la connotación publicitaria, se habrá convertido, al menos intencionalmente en la mente de los hombres, en un auténtico prostíbulo, porque la publicidad de semejante producto vende no es amor sino sexo en su más alta calificación: la mujer perfecta.