El canto gregoriano

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

     Lo he dicho en otras oportunidades y vuelvo a repetirlo: no me gusta que el canto gregoriano haya ido desapareciendo de su lugar, vale decir, de los coros de los conventos, de las naves de las catedrales, de las iglesias más o menos pomposas. El canto gregoriano no es una música cualquiera: es una música para rezar, vale decir, es una oración cantada.

     Es cierto que nunca se popularizó la música gregoriana, quizá porque no era música para la masa, para la feligresía en general. Yo diría que el canto gregoriano se acerca más a la mística que al ritual. De ahí donde se cantaba e, inclusive, a las horas que se cantaba, horas preferentemente nocturnas, o vespertinas, o matutinas. Era el canto del silencio, cantado en el lugar del silencio. Era una meditación que fluía en la melodía. Dice Emilio Meseguer Bellver, director de la escolanía de la Basílica de la Virgen de Valencia, no solamente que el canto gregoriano puede relajar tanto como el yoga, sino que quien lo interpreta “debe sentirse espiritualmente cerca de Dios”. Es imprescindible este requisito, lo sé.

      La Iglesia ha ido descuidando no pocos ritos, no pocos misterios, porque la música gregoriana es una oración misteriosa, metida dentro del misterio, y así nos va. No es que yo defienda que hay que retornar en todo a las andadas, ya que eso se llama estancamiento, renuncia, casi deserción, pero sí quiero que lo permanente, permanezca. Y para mí el canto gregoriano es permanente: Lo descubrí en Montserrat, lo descubrí en el coro del Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, y en el de San Esteban, en Salamanca, por enumerar únicamente mis tres coros predilectos. Y siento añoranza, lo confieso. Y, para no mentir, guardo en mi poder el Gradual, aquel libro francamente grueso del que salían los tetragramas.

     Me han traído estos recuerdos las palabras del director de la escolanía de la basílica de la Virgen de valencia: el canto gregoriano nos transporta “por la belleza de su melodía, la maestría de su entramado, el diálogo de los coros y la expresividad de su texto, por lo que se consigue plasmar la belleza musical y prender el alma del oyente de la trascendencia de lo divino. El hombre queda transformado en lo más hondo de su misticismo. Se logra una contextura de simplicidad y belleza difícil de superar entre la música y el canto gregoriano. Además, es beneficioso para la salud física, emocional y espiritual”.

     Absolutamente convencido. Y para quien lo dude va mi apuesta: acérquense a cualquier abadía o monasterio o convento donde todavía fluya esa oración musical gregoriana, si es que alguno queda, y me darán la razón. Hay cosas que van desapareciendo que jamás deberían desaparecer.