Ecología y justicia social

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Tradicionalmente el problema ecológico no ha sido uno de los grandes temas de la Iglesia, a pesar de que en su doctrina exista una base teológica fuerte y, yo diría que esencial, para que no hubiera quedado en el olvido. También es verdad que los Estados no solamente no han cuidado este aspecto del vital entorno natural, sino que con frecuencia, bajo el argumento del progreso, se ha atentado contra el habitat humano con absoluta impunidad. De forma tal que el hombre pasó a ser el transformador de la naturaleza a aniquilador de la misma. El “progreso” se endiosó repentinamente en nuestros días y a él había que supeditarse, a costa de lo que fuera y a como diera lugar. A tal punto hemos llegado que ya no es fantasía hablar de la amenaza de una catástrofe ecológica y “de un suicidio colectivo o muerte biológica”.

     Es evidente que el asunto ecológico no se refiere exclusivamente a la destrucción material de la naturaleza, al abuso indiscriminado de ella, o al simple descuido para que no vaya perfeccionándose. Quizá uno de los puntos más importantes de este asunto resida en la administración desequilibrada del ambiente. Este supuesto emana del juicio de que “la naturaleza proporciona los recursos y las satisfacciones necesarias para la prosperidad natural del hombre, ara el bienestar físico y mental, así como para su vida espiritual. Estos recursos y satisfacciones deben utilizarse en función de los procesos y de los equilibrios naturales fundamentales.

     El ser humano es un elemento más del equilibrio necesario en la naturaleza. Es parte de la naturaleza.

     Partiendo del convencimiento cristiano de que “la tierra es de Dios y es de todos”, las conclusiones para las Iglesias son claras: por ejemplo, que “no hay lugar en el plan divino para que unos pocos tengan grandes extensiones en tanto que otros no tengan nada”, por ejemplo, la prostitución que sobre el suelo urbano se realiza en el sentido de que su “concentración está en manos de clases privilegiadas”, lo cual permite legalmente, aunque no éticamente “la especulación inmobiliaria”; por ejemplo, el caso de los  pueblos indígenas de este continente latinoamericano, a quienes, según el juicio de las Iglesias, les fue robada la tierra que les pertenecía por derecho natural; por ejemplo, el hecho de que en muchas partes se están destruyendo inmisericordemente los bosques “para el pago de la deuda externa”.

     Los progresos científicos, las proezas técnicas, el crecimiento económico, si no van emparejados con un auténtico progreso social y moral, se vuelven, en definitiva, contra el ser humano.