Don Pedro, el catalán

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Don Pedro Casaldáliga ha sido, es y será obispo de mi devoción. Aunque ya no ejerza como obispo. Los 75 años se han convertido en la edad tope para los obispos, si lo tiene a bien el Vaticano. Y me parece estupendo este tipo de jubilaciones, ya que todo el mundo, obispos incluidos, tienen derecho a descansar. Me atrevo a decir que Papas incluidos.

El obispo de Matto Grosso, catalán de nacimiento, brasileño de vocación y convicción, ha aceptado el relevo como ha aceptado todo en la vida: llevando la dignidad por delante, sabiendo dónde está parado, haciendo poesía de su vocación y de su sacerdocio y haciendo sacrificio de su condición.

Tuvo mala prensa en su momento, cuando la Teología de la Liberación gozaba de mala prensa hasta dentro del Vaticano y no digamos en los regímenes de fuerza latinoamericanos que tanto se prodigaron por aquel entonces. Hubo quien puso precio a su vida, pero no le alcanzó el martirio como sí alcanzó a otro insigne prelado, monseñor Romero, obispo de San Salvador.

Don Pedro ha sido un hombre valiente, es un hombre valiente a pesar de su aparente debilidad física: un hombre delgado por los cuatro costados pero fuerte de pies a cabeza. Así que no me sorprende lo que termina de confesar: “Si el obispo que me suceda desea seguir nuestro trabajo de entrega a los más pobres podría quedarme a trabajar con él como sacerdote; de lo contrario buscaré otro lugar donde poder acabar mis días al lado de mis olvidados”.

Algunos lo tildaron de poeta, y lo era. Y lo sigue siendo. Algunos lo tildaron de comunista, y no lo era, y nunca podrá serlo. También de revolucionario, y eso sí, porque hay cosas que cuando son como Dios manda, se son a mucha honra. Así que no le queda más remedio que seguir siendo fiel a su lema: “No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada”. Así que su postura no podía ser más pacífica. Y la de ahora, ya sin el capelo como ejercicio, tampoco puede ser más honrosa. Continuar al lado del sucesor pero ejerciendo como “monaguillo”, si las circunstancias lo permiten. Si no, buscar nuevamente camino a los setenta y cinco años, para ir a parar allí donde todo falta, pero sobre todo, como él mismo rubrica, “donde falta la conciencia de los propios derechos y el coraje y la posibilidad de reclamar”.
¡Qué catalán más grande!.