Disparos en la Iglesia

Autor: Adolfo Carreto            

 

 

No era una iglesia de las nuestras, ni el cura era de los nuestros, pero si se trataba de una celebración litúrgica, y cristiana. La pistola también era de las de verdad, como todas las que sirven para matar. El caso es que allá, en Washington, un señor de cuarenta y ocho años se lió a tiros contra el pastor de una Iglesia Baptista, y lo mató. Lo curioso es que este señor aficionado a disparar nada tenía contra la religión, pero parece que algo tenía contra lo que el consideraba el mal uso de la religión: “maté al pastor porque mi mujer iba a misa no por convicciones religiosas sino para mirar a otros hombres”. Claro, el argumento ya cambia.

     Suponemos que uno de estos hombres en los que se extasiaba la mujer era el pastor porque, de lo contrario, no se entiende por qué el matón fanático del celo descargó la pistola contra el pobre predicador. Es más, quién era quien se fijaba en quién: la mujer en el pastor o el pastor en la mujer.

     La reflexión se impone: ¿por qué vamos a la iglesia?, ¿por convicciones de fe?, ¡por convicciones sociales?, ¿para ligar?, ¿para presumir?. Porque, de todo hay. Claro, cualquiera de estas razones no es suficiente para que un loco celoso se líe a tiros contra el predicador por temor a que su esposa queda predanda de sus dotes oratorias o de sus dotes masculinas.

     Claro, la cosa tampoco es tan sencilla. Resulta que antes de que la señora se encaminara a la iglesia habían gritado en la casa. Él le había dicho que qué era eso de andar mirando a los hombres como si se tratara de mirar la ropa en un escaparate, con ansias de comprarse todo, y ella le había contestado esas cosas que se contestan cuando por medio median gritos entre parejas disparejas. O sea, que el hombre iba ya con la mosca tras la oreja y con el dedo en el gatillo. Y se cargó al predicador. Luego, eso sí, se entregó a la policía, hasta con cierto orgullo por la labor cumplida, porque la pistola ya había cumplido su cometido.

     No entiendo esta loca manía de los humanos de que todas las cosas queramos arreglarlas a punta de pistola, ni las domésticas ni las internacionales. Y eso de matar por sospecha, menos. Porque este individuo sospechó, igual que por sospecha se puede aniquilar indiscriminadamente a una población. Es decir, matar por el por si acaso. Es decir, que eso de matar, ni dentro ni fuera de la iglesia, ni por celos ni por nada. Aunque a veces parezca que haya razón para ello. Para matar nunca hay razón.