Dioses nuevos

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

El armamentismo, para las grandes potencias y para las no tan grandes, se ha convertido en una necesidad: no podemos vivir sin armas. Este dogma constituye parte de la cultura moderna, inculcado desde la niñez como si se tratara del primer mandamiento del catecismo de la supervivencia. Mucho va a costarle a los movimientos ecologistas (verdes) romper esta creencia. Vivir entre armas forma parte del ecosistema actual. Y en esta geografía sin par respiramos conflicto. El conflicto, por lo tanto, forma parte del oxígeno que alimente nuestra vida.

     A pesar de que las armas se han convertido en el amenazante Dios de la destrucción, la cultura del armamentismo no lo presenta como el Dios de la salvación. ¡Díganme los discursos de Bush!. ¡Díganme los de Aznar!. Hoy no podemos vivir sin armas, y sin su amenaza, y si éstas proliferan es precisamente para garantizarnos la vida. Como afirmó Robin Luckhan: “el armamento ha penetrado en el propio proceso de producción cultural y al mismo tiempo es producto de múltiples formas de actividad cultural”.

     En efecto, nuestra cultura moderna gira en torno a la agresión inclusive como salvación. No hay guerra que se precie que no pase automáticamente a engrosar el alimento de la información a todos los niveles. Las series televisivas, la literatura best-seller, gran parte del movimiento artístico son estructurados en base a esta cultura de las armas. Como afirma el autor anteriormente citado, “desde los grandes medios de comunicación hasta los juguetes y los juegos, desde los programas políticos hasta el arte y la educación han inculcado en la sociedad y en cada uno de sus miembros maneras de razonar, sentir y valorar que están profundamente condicionadas por el prestigio de lo militar y la aceptación del armamento como una necesidad”. El armamentismo, así, ha sido convertido en ídolo, y la cultura sobre él nos ha llevado al culto de él.

     Resulta incuestionable este dato: mientras más aumentan los presupuestos bélicos, más descienden los educativos. Y, lo que es peor, más cantidad de gente muere diariamente de hambre. Mientras más se deteriora la economía de las naciones, más se invierte en la cultura de la guerra.

     Esta desenfrenada inversión no es más que la exigencia ritual de ese culto que exige el dios culturalmente aceptado, porque la carrera armamentista “es una relación entre estados expresada totalmente en términos de armamentos, y que se desarrolla por su propio impulso y escapa de la posibilidad de someterla a control social. Ya no manda el hombre, quien dirige su destino es su propio invento. Por eso resulta tan peligroso inventarse dioses, es decir, ídolos.