Cristo en la Cámara de los comunes

Autor: Adolfo Carreto  

 

 

Se ha puesto de moda últimamente lo de la referencia en la Constitución Europea de las raigambres cristianas. No quiero entrar en esta polémica porque en todos los parlamentos se cuecen habas. Quizá Europa fuera mucho más cristiana antes que ahora, al menos en la práctica. Y no me refiero únicamente a la práctica sacramental, litúrgica, sino también, y sobre todo, a la práctica vital.  Lo cierto es que hace un tiempo ya, en la Cámara de los Comunes, en el Reino Unido, también prepararon su cocido. Se enzarzaron en la discusión de si Cristo era blanco, negro, amarillo o cobrizo.

     El arzobispo de Canterbury se puso sumamente bravo, y dijo que “el movimiento bajo Hitler para convertir a Cristo en un verdadero ario y los movimientos de Poder Negro que dicen que Cristo fue negro, son una afrenta a la religión cristiana”. Alguien preguntó entonces al arzobispo que de qué raza fue Cristo, porque, al parecer, debió de ser de “piel muy oscura ya que era de origen levantino”, a lo que el arzobispo protestante se negó a responder.

     Ni tanto ni tan calvo, señor arzobispo. Lo lógico es que nuestro Señor Jesucristo tuviera la tez un poco tirando a oscura, por aquello de su origen, que ni Hitler tenía razón, ni el Poder negro, ni usted, señor arzobispo, ya que hay que admitir que nuestro Señor nació como nacen todos los mortales, perteneció a una raza concreta, le coloreó el sol, el salitre del mar, las andaduras por los caminos y hasta esas rabietas que agarraba contra quienes cometían las injusticias y contra quienes se ufanaban de ser mejores que el resto. No olvide, señor arzobispo, aquella escena de los latigazos en el templo, que se me antoja nada tiene de poética.

     Pero sí estoy de acuerdo con usted, señor arzobispo, en que no le es lícito a nadie atribuir a nuestro Señor Jesucristo un determinado color, así sea el verdaderamente suyo, para argumentar que su raza es la más auténtica, la más noble, la más perfecta: la raza del super hombre, como quería pretender ese mal recordado Hitler, a quien tres cominos le importaba nuestro Señor Jesucristo. Prueba de ello es que se ensañó contra el pueblo al cual Cristo sí pertenecía: al pueblo judío.

     Así que eso de andar buscando argumentos en el color de la piel para ser mejores o peores, como que no cuadra. A Jesucristo tampoco le perdonaron por ser judío, pues sus compatriotas fueron quienes se deshicieron de él. También, inclusive, por asunto religioso, aunque había más asuntos endosados. ¿De qué color es la piel de Dios?.