Corpus Christi

Autor: Adolfo Carreto    

 

 

    Recuerdo aquellas fiestas del Corpus de mi niñez. Eran fiestas con olor a tomillo y romero. Era un jueves primaveral que se preparaba durante muchos días antes. Los muchachos nos dedicábamos a caminar por tesos y ribazos en busca del tomillo y del romero. Era la alfombra general que se tendía por las calles del pueblo por donde iba a transcurrir la procesión, es decir, el tránsito de la Custodia bajo palio. Era un camino perfumado de campo que luego, una vez santificado por el paso de la Custodia, era convertido en cenizas que conservaban, evidentemente, el olor a sacramental. Podían servir para muchas cosas, hasta para ciertas curaciones, y no por arte de magia sino porque habían sido bendecidas por el paso del señor.

     Las muchachas también se dedicaban a las flores porque había tramos en el camino que eran alfombrados con aquellas alfombras florales, variopintas, hermosas, diseñando pétalo a pétalo el nombre de Jesús, el nombre de María, alguna que otra estampa de una custodia resplandeciente, alguna que otra imagen de la Virgen o del Sagrado Corazón y mucha, muchísima devoción al idearlas.

     Luego los altares. Los altares eran ya palabras mayores y eran las manos de las mujeres las que se aplicaban en ellos. Un altar en esta calle, otro en aquélla. Un altar adornado festivamente como cualquier altar, pero sobre todo con cosas de la casa, con sábanas y mantillas de la casa, con candelabros inclusive de la casa, con velas que igualmente quedaban santificadas porque habían alumbrado al cuerpo de Cristo. Desde cualquiera de ese altar se nos daba la bendición. Y continuábamos el camino.

     Unos dicen que aquello ya ha desaparecido. Otros que está resucitando de nuevo. Para algunos pertenecía al folclore religioso del pasado, para otros a la renovación de la fe pasada del pasado. Digamos que se trata de la fe del carbonero; pues bien, siempre he creído que la fe del carbonero es una fe aceptada tan naturalmente que no entra en el renglón de la discusión.

     Está resucitando la tradición de las procesiones del Corpus y eso a mi me gusta. No sé si porque añoro mi fe infantil o mis infantiles vivencias. Pero todos estos rituales, aunque ahora los remoce con otras teologías y reflexiones, son el germen de una creencia que siempre debe ir a más.

     La festividad del Hábeas ha resucitado y como ha resucitado en primavera podemos apostar por la esperanza. Aquel mi pueblo, en la Castilla eterna y adusta, era más bonito que nunca el Jueves. ¡Y olía tan bien, y se veía tan alfombrado de misterio...!