Comprar la muerte

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

Eso de andar jugando con la muerte siempre trae sus riesgos pero eso de querer comprarla para que no llegue puede conllevar riesgos eternos. Se trata de un tema francamente delicado y el Papa, en el mes de octubre, retornó a él con palabras un poco hasta escalofriantes. Comentando el salmo 48, que trata precisamente acerca de la vanidad de las riquezas, el Papa explicó: “El salmo destaca que el rico está convencido de poder comprar hasta la muerte, intenta corromperla, como ha hecho para poder tener todas las otras cosas, como el éxito, el triunfo sobre los otros en ámbito social y político, la prevaricación no castigada, la saciedad, la comodidad y los placeres”.

Difícilmente podremos toparnos con un texto más escalofriante. Sabemos que la riqueza nunca ha sido bien vista en la predicación patrística, y es que todo arranca de la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. Pero antes de esto están los salmos, así es que tal doctrina se afianza en el Antiguo Testamento. Juan Pablo II, que ha revisado tanto material, no ha querido dejar pasar por alto éste, y le ha dado ese toque definitivo de “a la hora de la muerte”. 

Amplía conscientemente el concepto de riqueza. No se trata solamente de riqueza material, de acumulación de bienes, sino, además de acumulación de poder. Es cierto que una y otra suelen darse la mano pero no necesariamente. De ahí que Juan Pablo II haya querido meter en el mismo saco a la riqueza social, a la riqueza política, a la riqueza de la saciedad, a la riqueza de la comodidad y a la riqueza de los placeres. Aunque cuando se tienen, y se persiguen, parecieran eternas, a la hora de la verdad es lo más caduco que existe, y la hora de la eterna verdad es la hora de la muerte. Ante esa hora no hay riqueza que resista.

Lo cual es obvio. Pero nadie quiere percatarse. De ahí que el papa insista: “Todos los hombres y mujeres, ricos y pobres, sabios y necios, tienen que saber que son mortales y acabarán en la tumba, lo mismo que ha ocurrido a los poderosos, que dejarán en la tierra el oro que tanto amaban, aquellos bienes materiales idolatrados”. Y esto viene muy bien a cuento, porque de lo que se trata no es tanto de la riqueza sino de la idolatrización de la misma, de querer convertir en eterno lo que es caduco, de intentar comprar, y precisamente con dinero o poder, aquello precisamente que no tiene precio. Aquí habría que recordar aquello de quien tenga oídos para oír que oiga: “el dinero no es de por sí una ventaja sino un peligro para el ser humano ya que el hombre puede acabar convertido en un verdadero esclavo de la avaricia”. Nos lo ha recordado el Pontífice en tiempos de demasiada bonaza para unos y demasiada indigencia para otros, los más.