Juan de Ribera o el noble estilo (18 de enero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Lo veo oteando desde el Guadalquivir esos barcos de vela que van y vienen, que van al nuevo mundo reciente y retornan al viejo mundo de aquí, que llevan y traen, que descansan y vuelven a zarpar. Veo a Juan de Ribera perfectamente informado sobre todo lo que va y viene al nuevo mundo y del nuevo mundo, porque en su casa no solamente se cuchichean los comentarios sino que también brindan los protagonistas. Juan arrastra consigo todos los títulos de su padre, que son cantidad: Conde de Molares, duque de Alcalá, Virrey de Cataluña, Virrey de Nápoles. Y cuando Juan pasea por Sevilla todas las miradas comentan: ahí va el hijo. No hay que decir más: es el hijo del conde, del duque, del virrey. ¿Quién no lo conoce en Sevilla?
¿Quién no lo conoce en Salamanca cuando llega a la universidad? Ese es el hijo del conde, del duque, del Virrey, que no todos los estudiantes salmantinos de la época pueden presumir de tanto boato. Pero ahí está, en la Salamanca de Vitoria donde está el saber y todo lo que lo rodea, donde se habla mucho de ese nuevo mundo recién descubierto y que Juan conoce por más de uno de los protagonistas. Ahí está, en una Salamanca sin mar hablando del mar que se aleja hasta otro mundo desde su tierra natal, Sevilla.
¿Para qué estudia tanto un hijo de conde, duque, virrey?. Cánones, artes, luego teología. Lo del arte, está bien, porque la nobleza de vez en cuando se convierte en mecenas, y un hijo de conde, duque y demás ha de saber de estilos y escuelas. Pero teología, ¿para qué?
- ¿Para qué, fray Luis?
- Hay un nuevo mundo en el que ya surgen problemas teológicos.
Juan de Ribera no se prepara para evangelizar partiendo de los puertos sevillanos. Aquí, con los moriscos, todavía hay mucha tela que cortar, y con las órdenes religiosas que otros compañeros de camino, como Teresa de Jesús, como Juan de Ávila, intentan reformar.
- Han nombrado a Juan obispo de Badajoz.
- Claro, es hijo de quien es hijo, y eso es garantía.
- Han nombrado a Juan, el sevillano, el de Badajoz, el salmantino, obispo de Valencia.
Ya no sacan a relucir su prosapia. En Badajoz ha ejercido de obispo como debe ejercer un obispo, y esa es la garantía. Ha dejado huella en Badajoz: entre los pobres, entre los estudiantes, entre los nobles. Entre todos continúa luciendo su gallardía de procedencia. No rehúsa su condición. En casa, a pesar de las riquezas, le han enseñado para qué sirven, así que eso de socorrer a los necesitados le viene desde la cuna.
Y en Valencia, otro tanto. En Valencia se empeña en ese concilio de Trento anunciado, se empeña en todas las reformas necesarias, se empeña en consultar con todos los de confianza, que en aquellos tiempos no son pocos esparcidos por todos los reinos: Francisco de Borja, Carlos Borromeo, Pedro de Alcántara, Pascual Bailón, Salvador de Horta, Roberto Belarmino, Lorenzo de Brindis, Teresa de Jesús, Juan de Ávila. ¿Cómo es posible tanta santidad por los escampados de todos los reinos de la península?. De noble cuna unos. Otros no tanto. Todos empeñados en lo mismo. Como él. Poetas, como él. Predicadores, como él. Obispos, pocos. El sí. Él ejerciendo de obispo como deben ejercer los obispos. Así que el rey lo nombra Virrey de Valencia. ¿Por qué no?. ¿No le viene de cuna? ¿No le viene de prosapia? Un hombre que nació en la nobleza y murió en ella, siendo obispo en camino hacia la santidad fue su currículo. Y ahí está, en los altares.

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